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Quizá el tesoro más preciado de un ser humano es el tiempo, físicos, filósofos y grandes pensadores se han devanado los sesos descifrando importantes claves para poderlo comprender, comenzando por Aristóteles quien decía que el tiempo no es movimiento sino su aspecto numerable o siguiendo con la relatividad de Einstein con su forma infalible de ver el tiempo como un viaje que damos del pasado al futuro cuyo vehículo es el presente, hemos intentado comprenderlo para poder aprovechar cada aporte de cada pensador al máximo pues a cada uno de nosotros nos persigue de manera conciente o inconciente la misma pregunta ¿Qué es un humano sin su tiempo? 

Cuando la vida termina se nos ha agotado el tiempo. 

El viejo Agustin de Hipona decía que el tiempo era una percepción y lo definió con la siguiente inolvidable frase “Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si quiero explicárselo a quien me lo ha preguntado no lo sé” una frase con la que cualquiera de nosotros nos podríamos identificar. También decía que es la eternidad la que va enumerando al tiempo algo con lo que concuerdo cuando miro en retrospectiva pendiente de en qué estoy gastando mi vida y es así como emitir juicios hacia mi misma, usando esta particular medida del tiempo. 

Así que quedándonos un poco con lo que dijo él, se comprende pues que el tiempo es en el caso de una vida humana un periodo que establece la existencia. Desde que naces hasta que sueltas el último respiro defines la totalidad de tu existencia ya sea para ti mismo y las últimas conclusiones que te lleves justo antes de morir o para aquellos que te recuerden y se esmeren en definir tu existencia basándose en las acciones que hiciste en “tu tiempo.” 

Estamos tan acostumbrados a manejar nuestras agendas según el calendario gregoriano, a correr aprisa de un lado al otro, a medir el tiempo en dinero, en clima o en periodos de espera para que ocurra tal o cual cosa que probablemente olvidemos a los grandes pensadores que pusieron sobre la mesa claves suficientes para descifrarlo. Nos movemos a través de nuestras actividades presurosos dejando para luego esto o aquello así que yo, como una víctima más del calendario gregoriano y sus consecuencias estuve posponiendo una visita a un querido amigo quien también recorre una reñida carrera de deberes y responsabilidades hasta que ambos nos dimos ese ratito que necesitábamos. 

Nos sentamos al fin a charlar, comenzamos presurosos a ponernos al día sobre la vida del otro omitiendo detalles que no daba tiempo de contar hasta que luego de una retahíla de palabras habíamos terminado con lo importante y nos relajarnos, habíamos logrado ser suficientemente veloces para que nos sobrara una hora en la que bromeamos sobre las circunstancias de la vida de cada uno, incluyendo la falta de tiempo “Qué importancia tiene un microsegundo” me dijo Mike y me quedé reflexionando un poco para luego retomar la charla. 

Sin embargo esa reflexión se profundizó más por la noche, cuando mi día había llegado a su fin y yo me alegraba de poder disfrutar de una larga caminata en la que retome en mi cabeza la charla pensando en que contestaría Agustín de Hipona pero un par de kilómetros antes de que terminara mi caminata me di cuenta que ninguno de ellos hablaba de los microsegundos y pensé en que ellos hablan de la composición más no de su uso y la pregunta de Mike estaba orientada hacia su función. 

Así que me cuestioné. Cuando leo sobre el paso de los siglos, su música, sus inventos, su literatura, su pintura, sus juicios morales y sus avances en la ciencia comprendo la forma en la que como humanos recorremos el transcurso de los siglos evolucionando sin embargo un fragmento tan pequeño ¿Para qué sirve? con el fin de reflexionar me decidí a caminar tres kilómetros más y entonces pensé que para mí, estos pequeños fragmentos del tiempo son un regalo, el regalo de la espontaneidad. 

Es en los microsegundos albergan cosas que no pueden albergar los siglos ni las décadas, es justo ahí en donde cabe un “Oye” que cambie el curso que había tomado una situación ya sea de relación o de un destino, sin importar que esté “oye” se haya pronunciado o se haya escuchado, cabe también una imagen que cambiaría una perspectiva general y cabe una sonrisa que quizá se resguarde en tus recuerdos para siempre . También cabe la oportunidad de escuchar un sollozo que pretendía esconderse detrás de la prisa, y que una vez descubierto revela sentimientos clarificadores. 

Pero lo más poético que cabe dentro de un microsegundo es una decisión. Decidir marcar un camino, cambiar el curso que algo llevaba o hacer una ruta que no había existido, tomar riesgos o no tomarlos, establecer, construir, destruir o crear, hacer la guerra o hacer la paz... Cada una de las anteriores palabras que definen nuestra historia y existencia pero antes de formar parte del mundo en el que vivimos fueron una decisión, una decisión que cupo en un periodo de tiempo menor a un segundo. 

A veces tardía o a veces intuitiva, la decisión cabe en un microsegundo como anillo al dedo, justo como las semillas de secuoya, que, diminutas guardan dentro de sí la posibilidad de generar un árbol monumental de una larga vida por delante; así la decisión que cabe dentro de un microsegundo podría

definir quizá los meses venideros o los años o como en el caso de los hombres que figuran en nuestra historia, siglos. 

Estos hombres ejemplifican claramente, por ejemplo Luis Miramontes cuando decidió no descansar hasta sintetizar la progesterona dándonos así las píldoras anticonceptivas, él tomó una decisión que le llevó un microsegundo pero que cambió el curso de la historia o Robert Stephenson cuando se dio cuenta de que las locomotoras disponibles no podían afrontar la subida y tuvo que decidir resolverlo creando así la locomotora de vapor. 

Si pudiera cristalizar y coleccionar estos microsegundos en los que cabe una decisión, me sentiría dichosa y afortunada pues son estos poderosos fragmentos de tiempo los que contienen el control del futuro y suelen ser tan escasos como las piedras preciosas ¿Cómo se vería este estallido fugaz de sentimientos y evaluaciones previas que explotan al fin en el nacimiento de la decisión? 

Si pudiera verlo creo que sería bellísimo. 


English translation:

Perhaps the most precious treasure of a human being is time. Physicists, philosophers, and great thinkers have racked their brains deciphering important clues to understand it, starting with Aristotle, who said that time is not motion but its measurable aspect, or continuing with Einstein’s relativity, with his infallible way of seeing time as a journey we take from the past to the future, whose vehicle is the present. We have tried to understand it to make the most of each contribution from every thinker because each one of us is pursued consciously or unconsciously by the same question: What is a human without their time? 

When life ends, our time has run out. 

The ancient Augustine of Hippo said that time was a perception and defined it with the unforgettable phrase “If no one asks me, I know; but if I want to explain it to the one who asked me, I don’t know,” a phrase with which any of us could identify. He also said that it is eternity that enumerates time, something I agree with when I look back, pondering what I am spending my life on; and it is thus that I pass judgment on myself, using this particular measure of time. 

So, sticking a little with what he said, it is understood that time is — in the case of human life — a period that establishes existence. From the moment you are born until you release your last breath, you define the totality of your existence, whether for yourself and the conclusions you draw just before dying, or for those who remember you and strive to define your existence based on the actions you took in ‘your time.’ 

We are so used to managing our schedules according to the Gregorian calendar, rushing from one side to the other, measuring time in money, weather, or waiting periods for such or such a thing to happen that we probably forget the great thinkers who put enough keys on the table for us to decipher it. We move through our activities in a hurry, leaving this or that for later; so I, like another victim of the Gregorian calendar and its consequences, kept postponing a visit to a dear friend, who also runs a tough race of duties and responsibilities, until we both took that moment we needed. 

We finally sat down to chat. We started in a hurry to catch up on each other’s lives, omitting details that we didn’t have time to tell until, after a string of words, we had finished with the important things and relaxed. We had managed to be fast enough to have an extra hour in which we joked about each other’s life circumstances, including the lack of time. “What importance does a microsecond have?” Mike asked me, and I reflected on it for a moment before resuming the conversation. 

However, that reflection deepened further into the night when my day had come to an end, and I was glad to be able to enjoy a long walk in which I resumed the conversation in my head, thinking about what Augustine of Hippo would answer. But a couple of kilometers before my walk ended, I realized that neither of them spoke of microseconds, and I thought that they would instead speak about the composition of time but not its use, whereas Mike’s question was oriented towards its function. 

So I questioned myself. When I read about the passage of centuries, their music, their inventions, their literature, their paintings, their moral judgments, and their advances in science, I understand how as humans we go through the course of the centuries evolving. However, such a small fragment of time… what is it for? To reflect, I decided to walk three more kilometers, and then I thought that for me, these small fragments of time are a gift — the gift of spontaneity. 

It is in microseconds that certain things are housed that centuries or decades cannot contain; it is right there where a ‘Hey’ fits — that changes the course a situation takes, whether it is a relationship or a destination — regardless of whether that ‘Hey’ was spoken or heard, an image that could change a general perspective fits, and a smile that may be preserved in your memories forever fits. It also fits the opportunity to listen to a sob that pretends to hide behind the rush, and once discovered, reveals clarifying feelings. 

But the most poetic thing that fits within a microsecond is a decision. Deciding to mark a path, change the course something was taking, or make a route that had not existed; take risks or not take them; establish, build, destroy, or create; make war or make peace... Each of the above words defines our history and existence. But before becoming part of the world we live in, they were a decision, a decision that fit in a time shorter than a second. 

Sometimes late or sometimes intuitive, the decision fits into a microsecond like a glove, just like the seeds of a sequoia, which, tiny, contain within themselves the possibility of generating a monumental tree with a long life ahead; thus, the decision that fits within a microsecond could perhaps define the coming months or years or, as in the case of the men who figure in our history, centuries. 

These men clearly exemplify this concept. For example, Luis Miramontes when he decided not to rest until synthesizing progesterone, thus giving us birth control pills; he made a decision that took him a microsecond but changed the course of history. Or Robert Stephenson when he realized that the available locomotives could not face the steep climbs they faced and had to decide to solve it, thus creating the steam locomotive. 

If I could crystallize and collect these microseconds in which a decision fits, I would feel blessed and fortunate, because it is these powerful fragments of time that contain control of the future and are often as scarce as gemstones. How would this fleeting burst of feelings and previous evaluations that explode at last in the birth of the decision look? 

If I could see it, I think it would be beautiful. 


​​Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.

Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.


Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.

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