Mural en el Parque de las Tres Chimeneas de Barcelona que dice: “La migración es natural” / Mural in Tres Chimeneas Park in Barcelona that reads: “Migration is natural” / Photo by Sara Quinn
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¿Sabes quién fue Ichthyostega? Es probable que no lo hayas escuchado antes. Aun así, tienes mucho en común con él, pues no solo es tu ancestro, sino que su espíritu viajero fue una parte importante de la conformación de la vida que existe hoy en el planeta. La existencia de esta criatura se remonta a hace 350 millones de años, y está coronado como el eslabón que explica la salida de la vida del mar. Es uno de los primeros tetrápodos (criaturas de cuatro patas, aves, mamíferos, reptiles y anfibios) descubiertos. Es decir, esta criatura, curiosa e inconforme, una tarde decidió abandonar para siempre el mar, que hasta entonces había sido su casa.
Salir de las aguas y trasladarse a la tierra parecía un inminente fracaso, pero especulando un poco sobre qué sentía él, podríamos pensar en inconformidad, curiosidad y, sobre todo, en el constante ejercicio de la voluntad. Esto fue lo que animó a nuestro querido ancestro a dar un salto que, lejos de fracasar como se hubiera esperado en ese tiempo, abrió la puerta para que la vida fuera del agua pudiera florecer.
Así que, aun cuando en el ámbito político, económico o en las crónicas que se cuentan en el noticiero de la mañana, se pretenda estudiar la migración como un “fenómeno” anormal cuya “solución” está en manos de quienes gobiernan, creo yo que se trata de un concepto falso. Esto, más que ser un fenómeno, es un hábito constante de la siempre bulliciosa vida, que busca la exploración de nuevos entornos, nuevos retos y un futuro incierto. Es este sueño impulsor, presente desde hace millones de años, el responsable de la existencia de la vida fuera de las profundidades del mar salado.
Esta criatura fue el primer migrante. Pensó que era buena idea buscar nuevos horizontes, poner a prueba sus propias limitaciones y su resistencia a cambio de la posibilidad de realizar un sueño. Y esta criatura lo logró.
Pero no tenemos que ir tan atrás para probar lo que estoy diciendo. Aun cuando hay muchas otras criaturas con nombres complicados que prueban lo que estoy diciendo, todas ellas abandonaron el entorno que conocían, avanzando hacia una aventura llena de riesgos y anhelos.
Ya más hacia la humanidad, no podemos olvidar la migración del estrecho de Bering y muchas otras cuyos vestigios los museos atesoran. Más hacia estos tiempos quiero usar de ejemplo al pueblo gitano. Sus leyendas, transmitidas de forma oral, relatan sus hazañas, las diásporas y el exilio. Se les ha perseguido y esclavizado, se les adorna con leyendas que generan repulsión, se les tacha incluso de ser los responsables de los clavos de la cruz y de muchas otras cosas. Pero yo los veo como aventureros, incansables ante el constante descubrimiento de una de las sensaciones más férreas y descarnadas que posee el ser humano: la búsqueda de un hogar.
Estoy tan familiarizada con esta sensación que me identifico con quienes la llevamos dentro. Existe en lo profundo de nuestros pensamientos y desde ahí gobierna. Se complementa con anhelos, viejos recuerdos y muchos sentimientos, mismos que he llegado a estudiar casi con obsesión. Mi vida ha sido procelosa como la de cualquier buscador, y así, he logrado identificarme con este pueblo o con aquel. Sí, creo yo que la palabra adecuada es “buscador”, pues ya sea que se nos diga migrantes, judíos, gitanos, nómadas o tetrápodos milenarios, somos buscadores. Emprendemos el camino en búsqueda de un ideal a realizar, poniendo así a prueba nuestra resistencia.
Hemos aprendido a generar un hogar cuya conformación depende más de las ideas, de los lazos y de qué tan bien podamos generar una alianza con nuestro pasado, una actitud determinante en el presente y un anhelo palpable en el futuro. Depende también de cuánto podamos mantener el sentimiento de pertenencia del pueblo del que somos oriundos sin que esto invalide la aventura hacia la tierra prometida. Tenemos una idea clara de aquello que conforma el concepto de hogar y tratamos de cumplirlo en la vida diaria en mayor o menor medida, sin olvidar nunca que somos viajeros.
Escondemos pues, en nuestro pensamiento, aquello que buscamos, en un anhelo constante del hallazgo, la conformación del hogar, la mejora de las circunstancias, la transformación dolorosa que tiene como resultado un futuro brillante. Es interesante saber que todo esto que he mencionado se alberga en conexiones cerebrales, una tras otra, mismas que dictan los sueños y guardan los recuerdos. Pero lo más sorprendente sobre estas conexiones es el secreto que guardan, pues para que estas existan solo hacen falta dos elementos: agua y sal. Recordando a nuestro amigo y ancestro Ichthyostega, me apetece imaginarlo reteniendo sus raíces con tal fuerza que la huella del océano prevalece hoy en nuestros pensamientos en esa curiosa forma, como un recordatorio de que venimos de ahí. Un hecho tan poético como sorprendente.
Me lo imagino tal como cualquier otro viajero buscador, queriendo guardar sus raíces con tal fuerza que las retuvo en un lugar en donde siempre estuvieran presentes sin importar cuántas generaciones pasaran. Quizá por eso, para pensar, recordar, anhelar, o cualquier actividad cerebral, sigamos usando agua y sal.
Pero bueno, hemos ido mucho al pasado, muy atrás. Sin embargo, la constante búsqueda está también muy presente en los viajes espaciales, los que se han hecho o los que aún son un sueño en la libreta de algún astrofísico.
Quizá el sueño más grande de la raza humana sea viajar al espacio, habitar otros planetas, conocer otras especies. Nuestros libros de ciencia ficción, películas y ciencia intentan seducirnos con la idea constantemente, pero esta hazaña no se logrará sin visionarios; buscadores que comprendan los retos que implica esta aventura, que es tan conocida por ti.
La vida es aventurera por naturaleza. Se arriesga, impulsada por un anhelo, resiste y prueba sus capacidades para luego modificarlas en función de los retos que tiene que sortear día con día. Así que, lejos de verlo como un “fenómeno” que “debe controlarse” para poder detenerla, debe verse como lo que es: la infinita búsqueda constante de la vida por alcanzar mayores niveles evolutivos, siendo esta una de nuestras principales fortalezas dentro de la lucha eterna por la supervivencia.
Seguro será también el aguerrido descendiente de un buscador el que llegue al fin a conocer lo que hay más allá del cielo nocturno que nos cobija por las noches. Quizá tras las estrellas se esconda la tierra prometida y se necesite un alma buscadora para poder viajar hasta allá.
Quizá para entonces sigamos usando agua y sal para pensar, haciendo honor a nuestro amigo Ichthyostega.
English translation:
Do you know who Ichthyostega was? It’s likely you haven’t heard of him before. Even so, you have a lot in common with him, as he is not only your ancestor, but his traveling spirit was a significant part of the formation of the life that exists today on the planet. The existence of this creature dates back to 350 million years ago, and he is crowned as the link that explains the exit of life from the sea. He is one of the first tetrapods (creatures with four limbs, including birds, mammals, reptiles, and amphibians) discovered. That is to say, this curious and unsatisfied creature one day decided to leave the sea forever, which until then had been his home.
Leaving the waters and moving to land seemed like it would be an imminent failure, but speculating a little about what he might have felt, we could imagine thoughts of dissatisfaction, curiosity, and, above all, the constant exercise of willpower. This is what encouraged our dear ancestor to take a leap that, far from failing as might have been expected at that time, opened the door for life outside the water to flourish.
So, when in the political or economic spheres, or in the chronicles told in the morning news, migration is studied as an ‘abnormal phenomenon’ whose ‘solution’ is in the hands of those who govern, I believe this is a false concept. More than being a phenomenon, it is a constant habit of an ever-busy life which seeks the exploration of new environments, new challenges, and an uncertain future. It is this driving dream, present for millions of years, that is responsible for the existence of life outside the salty depths of the sea.
This creature was the first migrant. He thought it was a good idea to seek new horizons, test his own limitations and resilience in exchange for the possibility of fulfilling a dream. And this creature succeeded.
But we don’t have to go so far back to prove what I’m saying. Even though there are many other creatures with complicated names that prove my point, all of them left the environment they knew, moving towards an adventure full of risks and longings.
And when we cast our gaze towards humanity, we cannot forget the people who traveled the Bering Strait (and many other migratory journeys) whose remains are treasured by museums. More towards these times, I want to use as an example a people who have found in migration a way of life: the Romani people. Their legends, transmitted orally, recount their feats, diasporas, and exiles. They have been persecuted and enslaved, adorned with legends that generate repulsion, and even accused of being responsible for creating the nails of the cross, among many other things. But I see them as adventurers, tireless in the constant discovery of one of the most ironclad and raw sensations that human beings possess: the search for a home.
I am so familiar with this feeling that I identify with those who carry it within. It exists deep in our thoughts and governs from there. It is complemented by longings, old memories, and many feelings, which I have come to study almost obsessively. My life has been turbulent like that of any seeker; and thus, I have managed to identify with this people or that one. Yes, I believe the right word is seeker, because whether we are called migrants, Jews, Romani, nomads, or ancient tetrapods, we are seekers. We embark on the path in search of an ideal to realize, thus testing our resilience.
We have learned to create a home whose formation depends more on ideas, bonds, and how well we can forge an alliance with our past, a determined attitude in our present, and a palpable longing for our future. It also depends on how much we can maintain the sense of belonging to the people we originate from without invalidating the adventure towards the promised land. We have a clear idea of what constitutes the concept of home and try to fulfill it in daily life to a greater or lesser extent, never forgetting that we are travelers.
We hide in our thoughts what we seek, in a constant longing for discovery — the formation of a home, the improvement of circumstances, the painful transformation that results in a bright future. It is interesting to know that all this I have mentioned is housed in neural connections, one after another, which dictate dreams and hold memories. But the most surprising thing about these connections is the secret they hold, as for them to exist, only two elements are needed: water and salt. Remembering our friend and ancestor Ichthyostega, I like to imagine him retaining his roots with such strength that the mark of the ocean prevails today in our thoughts in that curious form, as a reminder that we come from there. A fact as poetic as it is surprising.
I imagine him just like any other traveling seeker, wanting so badly to hold onto his roots that he retained them in a place where they would always be present, no matter how many generations had passed. Perhaps that is why when we think of something, remember something, or long for something, we continue to use water and salt.
Well, we have gone far back, very far. However, the constant search is also very present in space travel; those trips that have already been made as well as those that are still a dream in some astrophysicist’s notebook.
Perhaps the greatest dream of the human race is to travel into space, inhabit other planets, and meet other species. Our science fiction books, movies, and science constantly try to seduce us with the idea, but this feat will not be achieved without visionaries — seekers who understand the challenges this adventure entails, which is so well known to you.
Life is adventurous by nature. It takes risks, driven by a longing. It resists and tests its capabilities to then modify them according to the challenges it has to face day by day. So, far from seeing it as a ‘phenomenon’ that must be controlled or stopped, it should be seen as what it is: the infinite constant search of life to reach higher evolutionary levels, being as this is one of our main strengths in the eternal struggle for survival.
Surely, it will also be the fierce descendant of a seeker who finally gets to know what lies beyond the night sky that shelters us. Perhaps behind the stars hides the promised land, and it takes a seeking soul to travel there.
Perhaps, even then, we will continue to use water and salt to think, honoring our friend, Ichthyostega.
Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.
Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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