Concepción artística de Theia colisionando con la Tierra. (Dominio público) / Artist’s conception of Theia colliding with Earth. (Public domain)

audio-thumbnail
V10i6 Jun Theia and Gaia Charles Conover
0:00
/467.07721

Narrated by Charles Conover

This article is bilingual! Scroll down for the English translation.

Según Reginald Aldworth hace poco más de 45,000 millones de años el día en la tierra (Gaia) duraba cerca de seis horas, con magma abarcando gran parte de ella y objetos celestes golpeando la superficie con fuerza, entonces un planeta llamado Theia se aproximo a gran velocidad generando una gran colisión que en su impacto terminó dando forma a la Tierra que conocemos hoy.

Gracias a esta colisión el tamaño de la tierra cambio así como su composición interna, también algunos de los restos del choque formaron la luna y según Qian Yuan es posible incluso que esta misma colisión haya traído gran parte del agua de lo océanos es decir, la forma en la que percibimos en tiempo en la tierra así como el espacio, es así gracias a ese choque.

El hecho de que puedas ver la luna por las noches cuando el amor llama a tu puerta y dedicarle a ella los suspiros o el impacto que genera en las mareas o la duración del día tiene la forma que tiene desde aquel momento.

Reflexionar eso me hace pensar que lo que hoy es una estable rutina que discurre ora ajetreado ora aburrida, que a veces enfada o a veces levanta los ánimos antes fue una serie de estallidos a los que la vida misma no hubiera podido soportar y entonces me pregunto si es que hay una respuesta correcta respecto al movimiento y los deseos con los que vamos encauzando nuestros pasos, pues habiendo estado tanto aletargada como pragmática no me he sentido satisfecha, menos aún con las constantes voces que se llenan la boca diciendo que hacer, así que de la misma manera en la que me remonte a aquellos tiempos en los que Gaia recibió inadvertida la gran colisión, me remonto a mi adolescencia.

Hace dos décadas vivía en una situación de presión, estaba en la pubertad padeciendo la carencia de un hogar formado así como dificultades económicas, en la escuela me aburría así que pasaba las horas en bibliotecas públicas o caminando largas distancias para hacer los días más llevaderos. Una mañana fui a ver a mi mamá, cruce la ciudad para llegar a donde ella se encontraba y cuando estaba a unas cuadras de llegar me embargó una sensación que podría describirse como mágica; mire mis pies andando y pensé “estos pasos me van a llevar a cambiar mi vida para siempre” el pensamiento era fuerte y claro y la sensación me dejó los pelos de punta. Dos horas después nada volvió a ser igual, pude sonreír de nuevo, cambie de dirección y encauce mi vida hacia otro rumbo y durante los siguientes años fui plena y feliz.

Aunque la vida continuó tan impredecible como suele ser, no olvide ese día ni cuando llegué a la adolescencia, ni cuando tuve entre mis brazos a mi hija años después, ni cuando regrese a vivir a la Ciudad de México ni en ningún otro momento, más bien la curiosidad de lo que había pasado continuo embargándome, quería que se repitiera, ese día en el que la suerte sonríe anchamente y decide que es hora de que cumplas tus más fervientes deseos, busque por aquí y por allá en libros de casi cualquier materia la razón detrás, trate de provocarlo de nuevo pero no ocurría sino que más bien fiarme y esperar me hacía sentir estancada.

Cuando la desesperación fue más fuerte comencé a actuar y me decidí a no esperarlo más, así que empecé a trabajar por aquello que a lo lejos deseaba, pronto noté que el camino para conseguir las metas que son más grandes o más duraderas suele ser áspero, colmado de vicisitudes, a veces ominoso pero sobre todo, lento, lento y rutinario tal como debe ser el giro de la tierra que nos permite tener cada uno de nuestros días. Noté pues que la rutina repetitiva y extenuante, de esas que te llevan al hartazgo es la que funciona como estabilizador del campo gravitatorio de la vida propia, me tuve que hacer a la idea de que los cambios llevan tiempo y esfuerzo, estan llenos de riesgos y no queda más que aferrarse. 

Aprendí a poner a girar rutinas, actitudes, elecciones fijas que no van a cambiar, un enfoque, una visión, un estilo de vida que aunque a ojos de otras personas podría ser demasiado arriesgado, me hace sentir viva y mantienen las cosas en marcha en un equilibrio que si bien es lento, es funcional, y comprendí con esto que quizá aquellos pasos fueron iguales a la gran colisión de Gaia y Theia, un estallido que impactó lo suficiente para que no fuera necesario nada más que ir ajustando el resto de los movimientos.

Con gesto adusto reconozco que es posible que aquello jamás se repita así que con trabajo duro voy logrando cosa por cosa, fluyendo lento como un hilito de agua que termina siendo un río. Pero es ahí donde está la estabilidad, así como los planetas que han encontrado y pulido la forma y movimiento que tienen, logrando que el nuestro lleva el ritmo que lleva ahora, siendo esta una rutina que llena miles de millones de años siendo así y que tanto ha logrado.

Tal vez, aquellos mágicos pasos se repitan o tal vez no, hace mucho que deje de buscarlos aunque pienso en ellos y sonrió y me pregunto cuales son los factores necesarios para que las cosas den un vuelco tan grande para bien pero por lo pronto me aferro a lograr de a poco.


English translation:


According to Reginald Aldworth, just over 4.5 billion years ago, a day on Earth (Gaia) lasted only about six hours. Magma covered much of its surface, and celestial objects struck with tremendous force. Then, a planet called Theia approached at high speed, resulting in a colossal collision that ultimately shaped the Earth as we know it today.

This impact altered Earth’s size and internal composition. Some of the debris from the crash formed the Moon, and according to Qian Yuan, it’s even possible that this same collision brought much of the water that fills our oceans. In other words, the way we perceive time and space on Earth exists as it does because of that cataclysmic event.

The fact that you can gaze at the Moon at night when love knocks at your door, sighing under its glow — or witness its influence on tides and the length of our days — traces back to that very moment.

Reflecting on this makes me think that what is now a stable routine — sometimes hectic, sometimes boring, sometimes frustrating, sometimes uplifting — was once a series of violent explosions that life itself should not have survived. And so, I wonder: Is there a right answer regarding the movement and desires that guide our steps? Having been both lethargic and pragmatic, I’ve found no satisfaction — especially not with the constant voices preaching what we should do.

So, just as I imagine Gaia, unaware, enduring that monumental collision, I think back to my adolescence.

Two decades ago, I lived under immense pressure. I was going through puberty, lacking a stable home and facing economic hardships. School bored me, so I spent hours in public libraries or walking long distances to make the days more bearable. One morning, I went to see my mother. I crossed the city to reach her, and just a few blocks away, I was overcome by a sensation I can only describe as magical. I looked down at my feet moving and thought, “These steps are going to change my life forever.” The thought was strong and clear, and left me with chills.

Two hours later, nothing was ever the same. I could smile again. I changed direction and steered my life onto a new path, and for years afterward, I was happy and fulfilled.

Life remained as unpredictable as ever, but I never forgot that day — not when I reached adolescence, not when I held my daughter in my arms years later, not when I returned to Mexico City, not in any other moment. Instead, curiosity about what had happened gnawed at me. I wanted it to happen again — that day when luck smiles widely and decides it’s time for your deepest desires to come true. I searched everywhere, in books on nearly every subject, for the reason behind it. I tried to force it, but it never came. Trusting and waiting only made me feel stuck.

When desperation grew too strong, I decided to act. I stopped waiting and started working toward what I desired, no matter how distant it seemed. Soon, I realized that the path to achieving the biggest, most enduring goals is often rough — full of hardships, sometimes ominous, but above all, slow. Slow and routine, just like the Earth’s rotation, which allows each of our days to exist.

I came to understand that repetitive, exhausting routines — the kind that wear you down — act as stabilizers for the gravitational field of one’s own life. I had to accept that change takes time and effort, that it’s full of risks, and that sometimes, all you can do is hold on.

I learned to set routines in motion: fixed attitudes, choices that wouldn’t change, a focus, a vision, a lifestyle that, though others might see it as too risky, makes me feel alive and keeps things moving in a slow yet functional equilibrium. And with this, I realized that maybe those fateful steps were like Gaia and Theia’s great collision — an explosion powerful enough that nothing else was needed but to adjust the remaining movements.

With a stern expression, I admit that such a moment may never come again. So, through hard work, I achieve things one by one, flowing slowly like a trickle of water that becomes a river. But that’s where stability lies — just as planets find and refine their shape and motion, allowing ours to maintain the rhythm it has now, a routine that has lasted billions of years and accomplished so much.

Maybe those magical steps will repeat themselves. Maybe they won’t. I stopped searching for them long ago, though I still think of them and smile. I wonder what factors are needed for things to take such a drastic turn for the better. But for now, I hold on, achieving little by little.


Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.

Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.


Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.

This article is brought to you by El Vuelo Informativo, a partnership between Alcon Media, LLC and Tumbleweird, SPC.