Operation Elk Canyon, 12 July 1970
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En febrero de 2024, Valente Valenzuela, veterano de la guerra de Vietnam, me concedió una entrevista para platicar, por primera vez en muchos años, sobre su traumática experiencia en aquel conflicto. Puntual a las veintidós horas, el hombre apareció estoicamente a cuadro, portando su implacable uniforme militar de la época, resaltaban debajo de la boina sus pronunciadas canas.
Entre español mezclado con anglicismos, quedé impactado de su testimonio. Su historia, son de esas que el mundo debe conocer para que la humanidad no repita los mismos errores y para generar consciencia en el trato digno que se les debería dar a los veteranos de guerra, en este caso, de origen latino.
Valente Valenzuela nació en México en 1948, en un modesto pueblo llamado Palomas Número Uno, Estado de Chihuahua, a unos pasos del Río Bravo, frontera con Texas. Su familia se lo llevó a vivir a los Estados Unidos desde muy niño, donde realizó estudios primarios, y a finales de la década de los sesenta, el gobierno estadounidense, enfrascado en la guerra de Vietnam, reclutó y envió como medida desesperada a cientos de jóvenes a combatir por el país.
Era la primavera de 1968, en el punto más álgido del conflicto, mientras en la unión americana las protestas estaban a flor de piel por la guerra, los aviones donde viajaban los nuevos soldados fueron recibidos en Vietnam con metralla, en el aeropuerto Da Nang; cohetes de 122mm eran lanzados por el Viet Cong. En una de esas aeronaves, venía Valente, en ese entonces con tan sólo 19 años de edad. No era un soldado normal, por eso desde su arribo a Phu Bai (antigua base de combate y campamento del ejército americano), en Hue, Vietnam, le encomendaron diferentes misiones encubiertas, dada su personalidad discreta y aislada. Desde trasladar cadáveres en sus hombros, hasta realizar labores de espionaje, e inspecciones para desarticular una red de traficantes de armas, liderada por elementos del mismo ejército americano.
Laboró bajo peligro inminente y en una zona constantemente asediada, pues se estaba ejecutando la ofensiva del Tet, aquella operación militar llevada a cabo por el gobierno de Vietnam del Norte contra las fuerzas aliadas comandadas por Estados Unidos. Valente contaba entonces con dos enemigos: el Viet Cong, y aquellos traficantes de su mismo bando que vendían equipo al ejército contrario. Pero el muchacho fue inteligente, y su personalidad introvertida ayudó a salvar el pellejo, pues se mantuvo alejado de los vicios de moda y se aislaba del resto de los soldados.
Pernoctaba en un cementerio budista cuya entrada camufló con cráneos humanos. De esta manera el enemigo jamás bombardearía un sitio sagrado, y por otro lado, a ningún soldado se le ocurriría buscarlo en un lugar tétrico plagado de osamentas. En el búnker de su base, Valente realizó un acto de valentía, que si no es por su entrenamiento y disciplina, habría regresado a América en un costal. Desarmado y en oscuridad, le salvó la vida a unos agentes de la CIA, quienes estaban siendo sometidos con un arma por un sujeto oriental al que momentos antes, los agentes interrogaban.
Ese hecho violento pero necesario, representó un parteaguas en la vida del joven soldado, que lo llevó a ser galardonado con la estrella de bronce. Tal condecoración se otorga a quien se distingue por su heroísmo individual en combate o éxito meritorio en servicio. Incluso le ofrecieron trabajar como agente, pero Valente no aceptó; él solamente deseaba volver a ver a su familia, y olvidar los horrores de la guerra para tratar de llevar una vida normal, con la fe de que eso podía lograrse.
Uno pudiera pensar que al regresar del campo de batalla, con misiones cumplidas, arriesgando tu vida y condecorado, serás recibido con honores; pero eso no sucedió en esta guerra, porque las noticias que llegaban a Estados Unidos sobre Vietnam no eran nada alentadoras. A diferencia de otras guerras en las que el pueblo en cierta forma apoyaba al gobierno y se enrolaban con valentía y patriotismo para dar la vida por su país, con Vietnam era lo contrario: la población estaba harta del conflicto e incluso, los sectores pacifistas radicales, recibían a los soldados con huevazos, consignas y protestas. Cuando volvió a U.S.A., Valente trató de llevar una vida normal.
Jamás habló de su experiencia con nadie durante muchos años, ni con su propia madre. Solía despertarse en las madrugadas con el instinto de tomar su arma y defenderse de su atacante.
No había atacante alguno, eran sus fantasmas internos; y es que, ¿cómo procesa un joven prácticamente recién salido de la adolescencia la responsabilidad que se le endosó allá?, ¿cómo responder ante ese recibimiento de la gente?, cuando tú estás convencido de que fuiste a cumplir con tu deber, ¿cómo procesar toda la violencia que testificaste? Pasaron los años y cuando todo parecía indicar que las heridas de guerra cedían un poco, llevando una vida decente y dentro de lo que cabe normal; Valente recibió en el año 2009 en Colorado Springs, una sorpresiva notificación.
Se había iniciado en su contra ante un Juez de Inmigración, un inexplicable procedimiento de deportación. El mismo país por el que arriesgó su vida, “semper fidelis” (siempre fiel), el mismo país que lo había condecorado, era el mismo país que ahora lo estaba echando sin justificación alguna.
El veterano quedó anímicamente destrozado.
Continuará…
English translation:
In February 2024, Valente Valenzuela, a veteran of the Vietnam War, granted me an interview — his first in many years — to speak about his traumatic experience in that brutal conflict. Punctual at exactly ten o’clock at night, the man appeared on camera with stoic composure, clad in his implacable military uniform from the era. Beneath his beret, his silvered hair stood in stark contrast to the weight of his words. Speaking in a blend of Spanish and English, his testimony left me shaken.
His story is one of those that the world must hear — not only to prevent humanity from repeating its mistakes but to raise awareness about the dignity that veterans, particularly Latino veterans, deserve.
Valente Valenzuela was born in Mexico in 1948, in a humble town called Palomas Número Uno, in the state of Chihuahua, just steps from the Río Bravo, bordering Texas. His family took him to the United States when he was a child, and there, he completed his primary education. By the late 1960s, as the U.S. government became further entangled in the Vietnam War, desperate measures led to the mass recruitment and deployment of hundreds of young men to fight for the country.
It was in the spring of 1968, at the peak of the war, while protests erupted across the United States, that planes carrying fresh soldiers landed in Vietnam under a storm of gunfire. In Da Nang airport, 122mm rockets rained down, launched by the Viet Cong. One of those aircraft carried Valente, who was just 19 years old.
But he was not a typical soldier. His quiet, reserved nature made him an ideal candidate for covert operations; and as soon as he arrived at Phu Bai — an old combat base in Hue, Vietnam — he was entrusted with dangerous, classified missions. He carried bodies on his shoulders, infiltrated enemy lines, and even worked to dismantle an illegal arms trafficking network run by members of his own army.
Valente operated under constant threat. The Tet Offensive was in full force — a massive military campaign launched by North Vietnam against U.S.-led allied forces. Valente faced two enemies: the Viet Cong and the corrupt soldiers selling weapons to them.
But he was smart. His introverted nature became his shield. He stayed away from the temptations that destroyed so many soldiers — substance abuse, reckless indulgence, the illusion of temporary escape. He slept in a Buddhist cemetery, camouflaging its entrance with human skulls. No enemy would dare bomb a sacred site, and no soldier would willingly step into such a grim, bone-littered refuge.
One night, inside his base bunker, Valente performed an act of heroism that, had it not been for his discipline and training, would have sent him back to America in a body bag. Unarmed and in total darkness, he saved a group of CIA agents who were being held at gunpoint by a Vietnamese man they had been interrogating moments before. That violent but necessary event was a turning point in his life — one that earned him the Bronze Star, an honor awarded to soldiers who distinguish themselves through heroism or meritorious service in combat.
The military offered him a position as an intelligence agent, but Valente refused. He wanted only one thing: to see his family again. He wanted to erase the horrors of war, to live a normal life. He clung to the hope that such a thing was possible.
One might assume that returning from war, after completing perilous missions, risking your life, and being decorated for bravery, you would be received as a hero. But this was not the case with the Vietnam war. Unlike previous wars, where patriotism fueled enlistment and society embraced its returning soldiers, Vietnam was different. The American public had turned against the war. The news from the front was grim, and radical pacifists met returning soldiers with eggs, jeers, and protests.
When he returned to the U.S, Valente tried to live a normal life. He spoke to no one about his time in Vietnam — not even his mother. Yet the war never left him. He awoke in the dead of night, reaching instinctively for a weapon that wasn’t there, ready to defend himself from an enemy that no longer existed. His ghosts were relentless.
How does a young man, barely out of adolescence, process the weight of what was forced upon him? How does he reconcile the welcome he received from his own country — a country that had sent him to fight in its name? How does he make sense of the violence he witnessed, of the things he was forced to do?
Years passed. The wounds of war seemed to dull. Valente built a life — perhaps not perfect, but decent, stable. Then, in 2009, while living in Colorado Springs, he received a letter.
It was a court notice.
An immigration judge had initiated deportation proceedings against him.
This was the country for which he had risked his life — semper fidelis (always faithful). This was the country that had decorated him for bravery.
That same country was now casting him out for no reason.
The veteran was left broken.
To be continued…
Originario de la Ciudad de México, Oscar Taylor cuenta con estudios superiores en Derecho y Administración Pública. Ha sido catedrático en diversas instituciones educativas de México y se desempeña como Disc Jockey profesional desde 1988 y servidor público desde 1996. Oscar fue locutor de Grupo Radio Fórmula Monterrey de 2012 a 2015, y en 2018 fue galardonado con la Palma de Oro por el Círculo Nacional de Periodistas de México. Ha ganado diversos Concursos de Calaveras literarias. Oscar es autor de la obra literaria postapocalíptica ÁNIMA, y es el creador del podcast “El Búnker de Oscar Taylor”.
Originally from Mexico City, Oscar Taylor has advanced degrees in Law and Public Administration. He has been a professor at various educational institutions in Mexico and has worked as a professional Disc Jockey since 1988 and a public servant since 1996. Oscar was a speaker for Grupo Radio Fórmula Monterrey from 2012 to 2015, and in 2018 he was awarded the “Palma de Oro” by the National Circle of Journalists of Mexico. He has won various literary 'Concursos de Calaveras' (contests of traditional satirical writing in verse). Oscar is the author of the post-apocalyptic literary work ÁNIMA, and is the creator of the podcast El Búnker de Oscar Taylor.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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