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Podría contestarse que todo hombre lo es en la medida que posee la cualidad de pensar, de decidir y tener convicciones. Sin embargo, también carece de la razón muy a menudo. Y es a partir de esta consideración de necedad que se desprende el hombre recalcitrante de quien pretendo su escudriño. En concreto, lo definiría como un personaje que acoje en su centro gran contradicción. Un personaje profundamente contumaz. Que se vacía en lo absurdo y se muestra afanoso en impugnar, incluso, su propia raigambre. 

La figura del hombre recalcitrante me parece perturbadora. ¿Por qué un individuo que ha logrado ciertas facultades renuncia a ellas? ¿Por qué una persona quiere dejar de ser lo que, en un principio, con ahínco se propuso? ¿Por qué abandonar el derrotero para perderse en vericuetos? ¿Por qué echaría alguien su bagaje por la borda? ¿Cómo se puede ser incongruente consigo mismo? Son interrogantes que me colman y me inquietan en torno a este personaje. Personaje que pudiera ser pura especulación mía pero al contrario, es por completo real, ordinariamente real. Tan real es, tan procaz y grotéscamente real, como un adocenado licenciado al volante de un taxi. Podría parecer baladí. Yo dudo que lo sea. 

Con ésto en mente intentaré dilucidar esta efigie, en la medidad de mis posibilidades. Para ello haré uso del método fenomenológico pero desde la perspectiva de Husserl, relegando todo lo que no parezca fácilmente descriptible. En el primer capítulo busco solventar el elemento de la observación tomando por pretexto a tres ilustres mexicanos — dos de ellos culturalmente imprescidibles — esbozo una somera semblanza de cada uno, con el propósito de exhibir sus siluetas recalcitrantes. El capítulo dos lo dedico a la exposición de teorías, aforismos y conceptos pertinentes, que aporten conclusiones pertinentes al tema. En el tercer capítulo, a manera de paréntesis, propongo un breviario filosófico de la praxis pasando por una perspectiva meramente históricomaterialista de soslayo. Por último, un epílogo como manera de concatenación de lo desarrollado previamente. 

Lo que me llevó a la propuesta de este trabajo, he de confesarlo, fue desasosiego personal. Por convencionalismo, la etapa de la vida en que me encuentro es en la que se construye el supuesto futuro personal. A muchos he visto mal lograrla. Creo que es preciso, en nosotros los jovenes — a quienes espero este trabajo les sea de utilidad — una meditación perspicaz del tema, que concluyera en una valoración de elementos que puedan esclarecer algunas situaciones y que ayuden a la toma decisiones, así como nociones que justifiquen el quehacer personal y brinden sentido a la vida, la propia vida. 


Tres hombres recalcitrantes

CAPÍTULO UNO: JUAN RULFO

No era la primera vez que tropezaba con “escritores ágrafos” como frase –o eso creo– cuando me encontré leyendo Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas. La paradoja sugería en mí pensar en alguna abstracción a la que no podía encontrarle valor metafórico alguno. Unas páginas bastaron y mi “abstracción” se volvió nombres y apellidos. Poca narrativa encontré en la novela. En su lugar, hallé un repertorio de escritores que optaron por un mutis retórico. Que ante la disyuntiva de seguir escribiendo, respondieron: “preferiría no hacerlo”, como el buen Bartleby de Herman Melville; aquellos que devolvieron la pluma al tintero y, algunos, simplemente continuaron con sus vidas. 

En el texto figuran nombres como el de Robert Walser, que se internó voluntariamente en una clínica psiquiátrica. “I am not here to write, but to be mad (no estoy aquí para escribir, estoy aquí para estar loco)”, fueron sus palabras. Otro nombre pertinente fue el de Rimbaud, que a sus 19 años ya había escrito toda su obra y se dedicó al tráfico de esclavos, entre otras cosas. Sin embargo, quien encabezaba esta estirpe de escritores renegados no escribió más de una treintena de cuentos, un par de guiones de cine y, esencialmente, un cuento largo o novela corta — el mismo dilema padece, por ejemplo, La muerte en Venecia de Thomas Mann que, a pesar de su exiguo número de páginas, se desborda literariamente de los parámetros de un cuento–; su obra cumbre es Pedro Páramo, y su autor: Juan Rulfo.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno vino al mundo un 16 de mayo en un pueblo de Jalisco llamado Sayula, aunque a veces lo desconociera. El mismo año en que Carranza proclamó la Constitución Mexicana. Creció, entonces, entre reminiscencias de la Revolución. Figuras como el caudillo, el cacique, el bandido no se desvanecían aún y le acompañaron en su infancia. Su niñez fue una mala aventura.

“Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre; inclusive los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No solo de devastación humana sino de devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica. Hasta hoy no he encontrado el punto de apoyo que me muestre por qué en esta familia mía sucedieron, en esa forma y tan sistemáticamente, esa serie de asesinatos y crueldades.”

Baste decir que los sollozos de su infancia se volvieron eco en sus obras. Recibió como herencia una biblioteca de la cual recogió cada palabra y así dio comienzo su recorrido por el mundo de las letras.

Años después, un joven Juan Rulfo residía en la Ciudad de México y ocupaba un puesto en la Secretaría de Gobernación. Es ahí donde conoció a Efrén Hernández, futuro autor de Tachas, con quien entabló una gran amistad. Fue él quien desentrañaría la recóndita ocupación de Rulfo. En palabras de Hernández:

“Nadie supiera nada de sus inéditos empeños, si yo no, un día, pienso que por ventura, adivinara en su traza externa algo que lo delataba; y no lo instara hasta con terquedad, primero, a que me confesara su vocación, en seguida, a que me mostrara sus trabajos y, a la postre, a no seguir destruyendo.”

Por cuestiones laborales, Rulfo regresó a provincia. Fue en Guadalajara donde Rulfo conoció a un joven, al igual que él, Juan José Arreola. Los futuros autores de El Llano en llamas y Confabulario se reunieron con otros, afines a sus inquietudes culturales, y publicaron la revista Eos. Más tarde, Arreola y Antonio Alatorre, amigo suyo, publicaron Pan, Revista de Literatura. Poco después de su primer número, Rulfo les entregó con desapego algunas hojas que había escrito. Recuerda Hernández:

“Puso en nuestras manos unas cuartillas y, como desentendiéndose del asunto, con aquella brusquedad tan suya, nos dijo que ahí teníamos esa cosa, por si nos servía; y que si no, la tiráramos. Era el cuento Nos han dado la tierra. ¡Vaya que sí fue sorpresa! Ni Arreola ni yo sabíamos que Rulfo escribiera, y eso que lo conocíamos desde hace meses.”

Así, se publicaron en Pan dos de sus cuentos que más tarde se publicarían también en Américas, en la cual seguiría publicando. Marco Antonio Millar, director de esta revista, comenta: “Juan creció en tanto le publicábamos poco a poco todo El Llano en llamas”.

En 1953, después de la publicación formal de El Llano en llamas, se inscribió al Centro Mexicano de Escritores, donde consiguió una beca para trabajar en su siguiente proyecto, que llevaría por título Los murmullos para luego tomar el de Pedro Páramo.

“Se me ocurrió todo eso porque entonces leía demasiado y con frecuencia no tenía el estado de ánimo para disfrutar plenamente mis lecturas, incluso tratándose de escritores que me gustan mucho. Yo quería leer algo diferente, algo que no estaba escrito y no lo encontraba. Desde luego no es porque no exista una inmensa literatura, sino porque para mí, solo existía esa obra inexistente y pensé que tal vez la única forma de leerla era que yo mismo la escribiera.” (‘Lecturas de “Pedro Páramo”’)

Cuando la obra de Rulfo vio la luz, no fue recibida como la obra maestra que hoy representa. Dice José Ramón Ruisánchez que la frase “adelantado a su época” tan solo manifiesta la impotencia crítica de quien la emana, y que las verdaderas obras maestras destruyen y reconstruyen todos los tiempos y todas las épocas. “El arte va más allá de su tiempo y lleva parte del futuro”, decía Kandinsky. En efecto, la propuesta de Rulfo no cabía en los márgenes literarios de la época. Ni siquiera amigos suyos pudieron mostrarle fe a su obra.

Sobre la recepción inicial de Pedro Páramo, Rulfo dijo:

“No tengo nada que reprocharles a mis críticos. Era difícil aceptar una novela que se presentaba, con apariencia realista, como la historia de un cacique y, en verdad, es el relato del pueblo: una aldea muerta en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio.”

La novela abarcaba más que un pueblo. Y en su momento solo producía un mayor desconcierto con el pasar de las páginas. El tiempo se encargó de encontrar a Pedro Páramo con sus lectores. Lectores dóciles, viajantes en el peregrinar de dos –o más– mundos. Lectores adimensionales que se diluyeran en la eternidad del tiempo y el espacio; capaces de albergar lo mismo al más malo de los hombres que a una humilde mujer.

Una veintena de años más tarde sabríamos de otro pueblo –que quiero pensar no puede estar del todo apartado de Comala–. Este pueblo, sin duda más habitado, llevaría por nombre Macondo. De esta manera, Gabriel García Márquez reclamaba a la literatura un cacho de tierra donde dibuja — o desdibuja — un área limítrofe donde pueblos como estos puedan asentarse por siempre.

Inmediatamente después de la historia del cacique canalla, Juan Rulfo desiste de plasmar palabras. Fiel a su costumbre de brindar respuestas descuidadas, cuando le preguntaron por qué había dejado de lado la escritura, contestó escuetamente: “Murió mi tío Celerino, y era él quien me contaba todas las historias.”

Y es en este punto cuando los escritores reciben a su más distinguido.

El fenómeno de los escritores ágrafos tiene variadas raíces y, a su vez, sendos y variados frutos –nunca pretendí el estudio de la botánica–. Encontramos, entonces, a los resueltos cautivos como Walser y Beckett; a los grouchomarxistas, que simplemente reniegan de pertenecer a un grupo que acepte por miembro a alguien como ellos, como Salinger, Thomas Pynchon o B. Traven, que casi vuelve loco a quien intentara realizar su biografía; los necios cabales que renunciaron a la escritura como simple consecuencia de haber renunciado a la vida. Figuran aquí Ernest Hemingway, Jack London y Yukio Mishima –este último mi favorito: gay, samurái, candidato al Premio Nobel de Literatura en tres ocasiones y un personaje casi de culto en Occidente. Dio fin a su vida de la mejor manera sintoísta, haciéndose introducir un objeto punzocortante a través de su vientre, seguido de un giro axial. Sin embargo, a diferencia de todos los anteriores, por lo perturbadoramente vacuo de su argumento, Juan Rulfo se destaca por su magnífica interpretación de Bartleby.

Para terminar, me permitiré un postrer cotejo que creo pertinente y terminaría por definir el lugar que ocupa este gremio de escritores. Cabe aclarar que la relevancia del “no” en estos autores es significativa debido a la trascendencia previa que llegaron a ocupar en el mundo de las letras. Caso muy distinto fue el del autor de La conjura de los necios. “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él” — frase de Jonathan Swift que enmarcaría singularmente la vida y obra de John Kennedy Toole, autor de la hilarante novela. Toole, después de ver desdeñada su obra, se dispuso a inhalar los gases de su propio coche hasta terminar con su vida. Jamás supo que su novela sería reverenciada tiempo después; que un bronce de Ignatius J. Reilly fue erigido en su honor y que le fue otorgado el Premio Pulitzer doce años más tarde de su penoso y autoinfligido deceso.

Otros escritores disímiles a los ágrafos — que posan casi socarronamente ante éstos — podrían ser Georges Simenon, el autor francófono más prolífico de todos; o más recientemente, Ryoki Inoue, considerado la pluma más fértil del mundo. Podría mencionar también aquí a Flaubert, quien no podía fácilmente resignarse a dar por concluida alguna de sus obras, dedicando años a su acicalamiento. Pareciera que Gustave Flaubert pensaba que “una obra de arte nunca se termina, solo se abandona”; lo que me remite a un cúmulo de artistas — no necesariamente escritores — que dejaron sus obras, inusitada e involuntariamente, desamparadas. Vienen a mi mente obras como Turandot de Giacomo Puccini — concluida por Franco Alfano; El último magnate de F. Scott Fitzgerald, ¡Qué viva México! de Sergei Eisenstein, Stephen, el héroe de James Joyce, Las aventuras de Tintín de Hergé; Dune de Alejandro Jodorowsky, y un larguísimo etcétera. 

Estos artistas y sus obras, que se localizan en el antípoda de los escritores ágrafos, dan testimonio  — en lugar mío — del desatino de estos escritores, confinándolos a la negligencia de los hombres recalcitrantes; que era lo que obstinadamente pretendí desde un principio...


English translation:

One could answer that every man is recalcitrant to the extent that he possesses the quality of thinking, deciding, and having convictions. However, he also frequently lacks reason. And it is from this consideration of stubbornness that the recalcitrant man, whom I intend to scrutinize, emerges. Specifically, I would define him as a character who harbors great contradiction at his core. A deeply obstinate character. One who spends all of his energy on the absurd and is eager to challenge anything, even his own roots.

The figure of the recalcitrant man seems disturbing to me. Why does an individual who has achieved certain abilities renounce them? Why would a person want to stop being what they once strived to become? Why abandon the path to lose oneself in detours? Why would anyone throw their baggage overboard? How can one be incongruent with oneself? These are questions that fill and unsettle me about this character. Such a character might seem like pure speculation on my part; but on the contrary, he is entirely real, and all too common — so real, so brazenly and grotesquely real, as a run-of-the-mill lawyer driving a taxi. It might seem trivial. I doubt it is.

With this in mind, I will attempt to shed light on this figure, to the best of my abilities. To do so, I will employ the phenomenological method, but from Husserl’s perspective, setting aside anything that doesn’t seem easily describable. In the first chapter, I aim to resolve the element of observation, using three illustrious Mexicans — two of them culturally indispensable — as a pretext. I sketch a brief profile of each, with the purpose of revealing their recalcitrant silhouettes. The second chapter is dedicated to the exposition of theories, aphorisms, and pertinent concepts that contribute relevant conclusions to the topic. In the third chapter, as a sort of parenthesis, I propose a philosophical breviary of praxis, briefly touching on a purely historical-materialist perspective. Finally, an epilogue serves as a means of connecting everything previously developed.

What led me to propose this work, I must confess, was personal unrest. By convention, the stage of life I am in is where one constructs their supposed personal future. I have seen many fail at it. I believe it is essential for us young people — whom I hope this work will benefit — to engage in a thoughtful meditation on the subject, culminating in a valuation of elements that may clarify certain situations and assist in decision making, as well as notions that justify personal endeavors and provide meaning to life — one’s own life.


Three recalcitrant men

CHAPTER ONE: JUAN RULFO

It wasn’t the first time I had stumbled upon the phrase “agraphic writers” — or so I think — when I found myself reading Bartleby & Co. by Enrique Vila-Matas. The paradox suggested to me some abstraction for which I couldn’t find any metaphorical value. A few pages were enough for my ‘abstraction’ to become names and surnames. I found little narrative in the novel. Instead, I discovered a repertoire of writers who opted for a rhetorical silence. When faced with the choice of continuing to write, they responded: “I would prefer not to”, like the good Bartleby of Herman Melville. Some of them returned the pen to the inkwell, and others simply went on with their lives. 

The text mentions names like Robert Walser, who voluntarily admitted himself to a psychiatric clinic. “I am not here to write, but to be mad” were his words. Another pertinent name was that of Rimbaud, who at 19 had already written all his works and dedicated himself to the slave trade, among other things. However, the one who led this lineage of renegade writers did not write more than thirty short stories, a couple of screenplays, and essentially a long story or novella — the same dilemma is shared, for example, by Death in Venice by Thomas Mann, which despite its short number of pages, overflows literarily beyond the parameters of a short story. The masterpiece is Pedro Páramo, and its author: Juan Rulfo.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno came into the world on May 16 in a town in Jalisco named Sayula, though sometimes he denied it. The same year that Carranza proclaimed the Mexican Constitution. He grew up among reminiscences of the Revolution. Figures like the warlord, the chief, the bandit had not yet faded and accompanied him in his childhood. His childhood was a bad adventure:

“I had a very hard, very difficult childhood. A family that disintegrated very easily in a place that was completely destroyed. From my father and mother; even my father’s brothers were murdered. So I lived in a zone of devastation. Not only human devastation but also geographical devastation. I never found, and to this day, I have not found the logic of it all. It cannot be attributed to the Revolution. It was rather something atavistic, something of destiny, something illogical. To this day I haven’t found the supporting point that would explain why in my family things happened in such a systematic way, that series of murders and cruelties.”

Suffice it to say, the sobs of his childhood became echoes in his works. He inherited a library from which he gathered every word, thus beginning his journey into the world of letters.

Years later, a young Juan Rulfo resided in Mexico City and held a position at the Department of the Interior. It was there that he met Efrén Hernández, future author of Tachas, with whom he developed a great friendship. It was he who would uncover Rulfo’s hidden occupation. In Hernández’s words:

“No one would have known of his unpublished endeavors, if not I, one day, by chance, guessed from his outward appearance something that gave him away; and I persisted with him, even stubbornly, first, to make him confess his vocation, then, to show me his works, and finally, to stop destroying them.”

For work-related reasons, Rulfo returned to the provinces. It was in Guadalajara where Rulfo met a young man named Juan José Arreola. The future authors of The Burning Plain and Confabulario gathered with others, sharing similar cultural concerns, and published the magazine Eos. Later, Arreola and his friend Antonio Alatorre published Pan, Literature Magazine. Shortly after the first issue, Rulfo handed them, indifferently, a few pages he had written. Hernández recalls:

“He placed in our hands a few sheets and, as if ignoring the matter, with that brusqueness so typical of him, told us there was that thing, in case it was of use to us; and if not, to throw it away. It was the story “They Have Given Us the Land”. What a surprise! Neither Arreola nor I knew that Rulfo wrote, and that despite having known him for months.”

Thus, two of his stories were published in Pan, and later also in Américas, where he continued publishing afterward. Marco Antonio Millar, director of this magazine, comments: “Juan grew as we slowly published all of The Burning Plain”.

In 1953, after the formal publication of The Burning Plain, he enrolled in the Mexican Center for Writers, where he obtained a grant to work on his next project, which would be titled The Murmurs before finally becoming Pedro Páramo.

“I thought of all that because I was reading too much back then, and often I wasn’t in the mood to fully enjoy my readings, even when it came to writers I liked very much. I wanted to read something different, something that wasn’t written, and I couldn’t find it. Of course, it wasn’t because there wasn’t an immense amount of literature, but because for me, only that nonexistent work existed, and I thought perhaps the only way to read it was to write it myself.” (‘Lecturas de “Pedro Páramo”’)

When Rulfo’s work saw the light, it wasn’t received as the masterpiece it is considered today. José Ramón Ruisánchez says that the phrase “ahead of its time” merely reveals the critical impotence of the one who utters it and that true masterpieces destroy and reconstruct all times and all epochs. “Art goes beyond its time and carries part of the future,” said Kandinsky. Indeed, Rulfo’s proposal didn’t fit within the literary margins of the time. Not even his friends could show faith in his work.

Of Pedro Páramo’s initial reception, Rulfo said:

“I have nothing to reproach my critics for. It was difficult to accept a novel that presented itself, with a realistic appearance, as the story of a cacique; but in reality, it is the story of the town: a dead village where everyone is dead, even the narrator, and its streets and fields are traversed only by souls and echoes capable of flowing without limits in time and space.”

The novel encompassed more than a town. And at the time, it only produced greater bewilderment as the pages turned. Time took care of finding Pedro Páramo with its readers. Readers, docile travelers in the pilgrimage of two (or more) worlds. Readers without dimensions who dissolved into the eternity of time and space, capable of embracing the worst of men as well as a humble woman.

About twenty years later, we would learn of another town — one that I’d like to think was not entirely removed from Comala. This town, undoubtedly more populated, would be named Macondo. In this way, Gabriel García Márquez reclaimed a piece of land for literature where he draws—or erases—a border where towns like these may settle forever.

Immediately after the story of the rogue chieftain, Juan Rulfo stopped putting words on paper. True to his habit of giving careless answers, when asked why he had abandoned writing, he responded succinctly: “My uncle Celerino died, and he was the one who told me all the stories.”

It was at this point that the writers of the world welcomed their most distinguished member.

The phenomenon of agraphic writers has varied roots and, in turn, varied fruits — I never intended to study botany. We find, then, the resolute captives like Walser and Beckett; the Groucho Marxists, who simply deny belonging to any group that would accept someone like them; those like J.D. Salinger, Thomas Pynchon, or B. Traven, who almost drove mad anyone who tried to write his biography; the obstinate ones who renounced writing as a mere consequence of having renounced life. Here we find Ernest Hemingway, Jack London, and Yukio Mishima — this last one is my favorite: gay, samurai, three-time Nobel Prize in Literature nominee, and a near cult figure in the West. He ended his life in the most Shintoist way possible, by having a sharp object inserted through his abdomen, followed by an axial twist. However, unlike all the aforementioned, for the disturbingly empty nature of his argument, Juan Rulfo stands out for his magnificent interpretation of Bartleby.

To conclude, I will allow myself a final comparison, which I believe is pertinent and will ultimately define the place this guild of writers occupies. It should be clarified that the relevance of ‘NO’ in these authors is significant due to the previous prominence they came to hold in the world of letters. A very different case was that of the author of A Confederacy of Dunces. “When a true genius appears in the world, you may know him by this sign: that all the dunces are in confederacy against him” — a phrase by Jonathan Swift that singularly frames the life and work of John Kennedy Toole, author of the hilarious novel. Toole, after seeing his work rejected, proceeded to inhale the fumes of his own car until his life ended. He never knew that his novel would be revered years later; that a bronze of Ignatius J. Reilly was erected in his honor and that he was awarded the Pulitzer Prize twelve years after his painful and self-inflicted demise.

Other writers dissimilar to the agraphics — who pose almost mockingly before them — could be Georges Simenon, the most prolific French-writing author of all; or more recently, Ryoki Inoue, considered the world’s most fertile pen. I could also mention here Gustave Flaubert, who couldn’t easily resign himself to concluding any of his works, dedicating years to perfecting them. It seems that Flaubert thought that “a work of art is never finished, only abandoned”; which brings to mind a host of artists — not necessarily writers — who left their works, unusually and involuntarily, abandoned. Works like Turandot by Giacomo Puccini — completed by Franco Alfano; The Last Tycoon by F. Scott Fitzgerald, ¡Qué viva México! by Sergei Eisenstein, Stephen Hero by James Joyce, The Adventures of Tintin by Hergé, Dune by Alejandro Jodorowsky, and a very long et cetera. 

These artists and their works, located at the antipode of agraphic writers, testify — instead of me — to the folly of these writers, confining them to the negligence of recalcitrant men; which was, stubbornly, what I intended from the beginning...


References:

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  23. wikipedia.org/wiki/John_Kennedy_Toole
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  25. britannica.com/biography/Georges-Simenon
  26. guinnessworldrecords.com/world-records/67395-most-prolific-novelist
  27. britannica.com/biography/Gustave-Flaubert
  28. wikipedia.org/wiki/Turandot

Noe Martínez Naredo es ingeniero por la UNAM (Universidad Autónoma de México), y un escritor apasionado por la literatura mexicana.

Noe Martinez Naredo is an engineer from UNAM (Autonomous University of Mexico), and a writer passionate about Mexican literature.


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