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Desde la primera vez que a mis cinco años, unos policías vieron a mi papá borracho orinando en la calle y le quitaron el dinero para las vacaciones, yo también pensé que algo estaba terriblemente mal con la justicia, creo que con un poco de obnosis cualquiera puede llegar a inferir si se vive en la gran urbe, donde eso y más es visible.
Podríase decir que los policías, ajenos al poder judicial, no son en sí el problema, también puede decirse que si estos no hubieran sido corruptos, se hubieran llevado a mi papá sus respectivas y bien merecidas 48 horas a las galeras, pero es que el problema de la corrupción creció tanto, que es visible casi en cualquier parte conformante del gobierno, pero siendo tan visible, debe ser confrontado y sea como fuere, en este momento de la historia, no solo se confronta sino que es abordado. Algo que aprecio.
Pero tampoco creo que la reforma sea una panacea, pues para que exista un cambio real, más que una reforma judicial, hace falta un compromiso personal, pues en México la corrupción es un asunto consuetudinario. Cuando cada ciudadano haga conciencia que darle al juez, al poli o al burócrata, pal putero refuerza que las hijas desaparecidas no aparezcan nunca, entonces el cambio va a ser un asunto personal y no de mesas de crítica de políticos, ni de reformas.
Ahora bien, hablando de la saturación y elefantas gestando, antes de entender la cloaca gestante de porquería que anida en las entrañas del poder judicial, creí que la falta de personal era real, que por eso estaban saturados, no había ni donde sentarse y la gente que finalmente te atendía lo hacia con prisa porque los bonches de trabajo no los dejaban ni dormir. Y no es que lo anterior no sea cierto, sino que los del alto mando les relegan a los de abajo torrentes interminables de trabajo y poco presupuesto, así que esa saturación no es generada por otra cosa más que el agandalle de esos cuantos que han encontrado los cómos y los dondes para clavar el diente en el presupuesto del poder judicial, sin dar nada a cambio, volviendolo lo que es.
Hace unos años trabajé en un despacho legal además de que conozco de primera mano ciertos procesos y respecto a lo que dices, los jueces y el resto del personal, creo que funciona semejante al resto de los gremios, hay cerdos, lojos, buenas personas, gente que no sabe por que está ahí, gente comprometida y despistados. Hasta donde se puede leer en el artículo 122 de la reforma, los jueces locales están contemplados aunque no son foco de atención pues esta se centra en los federales, los servidores inservibles. Sea como sea, me va a dar mucho gusto cuando salgan y dejen de ocupar cargos ganados a rodilla pelada.
Sí esto se trata de una venganza, de un capricho o de una chaqueta mental, igual me sirve, por que canta el mismo estribillo que como seres humanos hemos querido cantar desde los últimos milenios y que por fortuna, cada vez se canta con coros más grandes y con másfuerza,esteestribillonoaseguraestabilidad,brillantes,éxitoninadadeeso, pero sí asegura libertad, ese estribillo que cada vez se canta más, es el poder de elección.
Decidir. Cómo humanos hemos estado en búsqueda de tener poder de elección, comenzando con las grandes migraciones cuando inconformes con el lugar que conocían como hogar, decidieron buscar uno mejor. Más recientemente encontramos a los antiguos esclavos luchando por decidir en qué querían trabajar, para quién y cuánto quieren ganar, poniendo los cimientos de lo que hoy se conoce como derechos laborales.
Tenemos aún más reciente a las mujeres, que ahora podemos decidir sobre lo que va a pasar el resto de nuestras vidas, al menos aquí en occidente, pudiendo elegir desde actividades, matrimonios o la opción de maternar o no hacerlo. Huelga recordar cuando se decia que una mujer no era apta para trabajar o cuando los matrimonios arreglados condenaban a una mujer a estar a merced de un hombre el resto de su vida.
Y cómo olvidarnos de aquellos que decidieron que querían amar de formas hasta entonces “no permitidas” como la comunidad LGBTQ, querían decidir más allá de las cualidades personales, querían elegir el género de sus parejas.
Cuando se ha luchado por el poder de elección, ninguno de los anteriores firmó una carta comprometiéndose al éxito rotundo, es decir, sigue habiendo trabajos de porquería que uno elige mal, hay muchos LGBTQ que ahora mismo tienen el corazón roto por que eligieron mal a su pareja, y mujeres que estudian una carrera detestable que luego no quieren ejercer o eligen a san pendejo como nuevo amor de su vida y luego en lamentos cambian de opinión o quienes se arrepienten de maternar o de no hacerlo.
Lo que quiero decir, respondiendo a tu pregunta, es que el poder de elección es necesario evolutivamente, aunque a ojos de unos cuantos el pueblo mexicano parezca corpofagico, incapaz de elegir un juez, creo que como todo camino comenzado, empezamos mal, eligiendo torpemente pero luego, como seguramente te ha pasado a tí, uno se va haciendo experto en eso de la elegida y se vuelve minucioso, selectivo, uno va aprendiendo con la práctica.
Así podemos ver de forma resumida que si algo nos ha hecho libres es la capacidad de decisión, no bajo la presunción de ser inequívocos en nuestras decisiones sino simplemente, poder elegir, a sabiendas de que es posible fallar pero también a sabiendas que como seres humanos, hemos luchado por poder poseer poder de elección en tantas esferas de la vida como sean posibles.
Haciendo alusión a los dichos que pretenden tildar a los individuos que habitan suelo mexicano de ser obtusos de mente, incapaces de elegir, me puedo imaginar a una mujer que ha elegido a san pendejo y que cuando termina, el estado le dice “has elegido mal muchacha, ahora se te asignará el que sea mejor para ti” Claramente esto suena tan demencial como en algunas décadas sonarán las críticas actuales del derecho del pueblo a decidir a sus juzgadores.
Ever since the time when I was five years old, and some police officers saw my dad drunk, urinating in the street, and took the money he had saved for our vacation, I thought that something was terribly wrong with justice. I believe that with a little bit of observation, anyone living in the big city, where such things are more visible, could infer the same.
It could be said that the police, separate from the judicial system, are not the problem in and of themselves. It could also be said that if these officers hadn’t been corrupt, they would have taken my father in for his well-deserved 48 hours in jail instead of taking only his money. But the problem of corruption has grown so much that it is visible in almost every part of the government. Being so visible, it must be confronted; and at this moment in history, it’s not only being confronted but also addressed, which I appreciate.
However, I don’t think that reform is a panacea, because for real change to happen, more than just a judicial reform is needed. A personal commitment is essential. In Mexico, corruption is a customary issue. Once each citizen becomes aware that bribing the judge, the cop, or the bureaucrat strengthens the system that ensures the missing daughters never come back, then change will become a personal matter and not something for politicians’ debate tables or reforms.
Now, speaking of saturation and gestating elephants, before I understood the cesspool of filth gestating within the judicial system, I thought the lack of staff was real — I thought that was why they were overwhelmed, with no room to sit, and the people who finally attended to you did so hastily because their workload didn’t let them sleep. And it’s not that this isn’t true, but that the higher-ups dump endless torrents of work and meager budgets on those below them. So that saturation isn’t caused by anything other than the greed of a few who have found ways and places to sink their teeth into the judicial budget without giving anything in return, turning it into what it is.
A few years ago, I worked at a law firm, and I’m also familiar with certain processes firsthand. Regarding what you mentioned about the judges and the rest of the staff, I believe it works similarly to other professions: there are pigs, slackers, good people, people who don’t know why they are there, committed people, and the clueless. As far as I can read in Article 122 of the reform, local judges are included, although they are not the focus; the focus is on the federal ones, the useless public servants. Either way, I will be very pleased when they are ousted and stop holding positions earned on their scraped knees.
Whether this is about revenge, a whim, or a delusional fantasy, it still works for me because it sings the same refrain that we, as human beings, have wanted to sing for millennia. And luckily, this refrain is being sung by larger and stronger choirs. This refrain doesn’t guarantee stability, brilliance, or success — none of that, but it does ensure freedom. That refrain, which is being sung more and more, is the power of choice.
Choice. As humans, we have been seeking the power to choose, starting with the great migrations, when people, dissatisfied with the place they knew as home, decided to find a better one. More recently, we find former slaves fighting for the right to choose what they want to work on, for whom, and how much they want to earn, laying the foundations of what is now known as labor rights.
More recently still, we have women, who now can decide what will happen for the rest of their lives — at least here in the West — able to choose everything from careers and marriages to whether or not to become mothers. Let’s not forget the days when it was said that a woman was unfit to work, or when arranged marriages condemned a woman to be at the mercy of a man for the rest of her life.
And how can we forget those who decide they wanted to love in ways that were once not allowed, like the LGBTQ community, who want to choose their partners based on their personal qualities instead of their gender.
When fighting for the power of choice, none of the above signed a guarantee for absolute success. That is, there are still terrible jobs people choose poorly, many LGBTQ individuals currently have broken hearts because they chose the wrong partner, and women who study dreadful careers they later don’t want to pursue (or pick Mr. Nobody as the love of their life) only to later regret it, or those who regret becoming mothers.
What I want to say, answering your question, is that the power of choice is necessary for evolution. Even though some might see the Mexican people as self-destructive, incapable of choosing a judge, I believe that, as with any new path, we start poorly, choosing clumsily. But eventually, as surely happened to you, one becomes skilled at choosing, more meticulous, more selective. We learn through practice.
So, to sum up, if there’s anything that has made us free, it’s the ability to choose — not under the assumption that our choices will always be correct, but simply having the power to choose, knowing that failure is possible, but also knowing that, as human beings, we have fought to have the power of choice in as many aspects of life as possible.
Alluding to the statements that seek to label the individuals who inhabit Mexican soil as being of dull minds, incapable of making choices, I ask you to imagine a woman who chooses Mr. Nobody and, when the relationship ends, the state says, “You’ve made a poor choice, young lady. Now we’ll assign the one that’s best for you.” Clearly, this sounds as insane as, in a few decades, the current criticisms of the people’s right to choose their judges will sound.
Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.
Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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