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Cuando fui detenido en una audiencia celebrada el segundo día del mes de marzo, en el Palacio de Justicia de la ciudad de la que soy oriundo, veía las fiestas saturnales muy distantes. Pensaba para mis adentros, con gratitud, que esta calamitosa situación se hubiese suscitado justo comenzando el año, para que no arruinara los bellísimos días de festejo de la tradicional natividad en la cultura en la que he crecido.

Los días pasaron, y de la estación de policía fui trasladado al bastión penitenciario. Estando allí, llegaron las mágicas fechas de la Navidad, trayendo consigo un sinsabor muy desagradable para mí, una melancolía que cada día desgarraba mis entrañas y arrugaba profundamente mi corazón, llenándolo de un extraño dolor, con una sensación como si un corazón de metal frío habitara ahora mi pecho.

Las lágrimas se escapaban de mis ojos sin avisarme antes de su fuga; partían aunque sin llanto. Mi estrategia para afrontar esos días fue sumergirme en mis actividades artísticas, ignorando con indiferencia las dinámicas internas en torno a esta insípida Navidad.

Los internos, ya adaptados y con años de reclusión, comenzaron con sus rutinas para estas fechas. En cualquier bodega tenían almacenados algunos elementos para la decoración de las lúgubres instalaciones: los personajes del pesebre, viejas instalaciones de bombillitos de colores y escasas guirnaldas con el brillo característico de estas épocas. Ciertamente, no era mucho.

Lo demás con lo que se intentó dar un ambiente festivo fueron plásticos reciclados, deslucidos y mugrientos, con los que intentaron crear una forma cónica en el vacío central de tres niveles del edificio de alojamiento donde estaban las celdas, intentando simular un árbol de Navidad. Sin embargo, solo resultó ser un enorme colgajo de basura que obstruía la escasa iluminación eléctrica, creando aún más penumbra en el lugar.

Tal vez, en el momento más álgido de mi existencia en reclusión, debido a la conmoción de tan inesperado siniestro, percibía todo con repulsión; ciertamente, ese remedo de árbol no tenía nada de bello.

Siendo más imparciales, las dinámicas no cambian mucho respecto al resto de los días en otras épocas del año. A las 5:00 debemos estar ya despiertos e incluso listos, y a las 20:00 horas las luces deben apagarse y cualquier ruido cesar, incluso el primer día del año nuevo, que es un día más.

La normativa en este país ordena que para el 24 y el 31 de diciembre se sirva un menú "especial", pero no es nada verdaderamente especial; solo es algo promedio. La alimentación en los claustros penitenciarios se ingiere por la necesidad de no morir de hambre, solo por supervivencia. Una gran parte de esta se tira a la basura y, para las fechas mencionadas, se sirve algo que se acerca a un menú cotidiano en un restaurante barato. Desde los estándares habituales de la prisión, puede considerarse especial, pero para nada es un agasajo digno de una Navidad.

Las noches de estos días, los más especiales en este territorio, se acostumbra celebrar con la detonación de juegos artificiales, lo cual para los externos es un festejo, pero para los internos puede ser un tormento que recuerda, con cada estallido, lo que en años anteriores habrían disfrutado con sus seres queridos mientras compartían felices.

Algunos se embriagan en cócteles de medicamentos psiquiátricos y drogas, perdiendo la noción a tempranas horas de todo lo que sucede; otros solo soportan las fechas sollozando desvelados, dejando que el tiempo pase segundo a segundo sumidos en la tristeza. Los más optimistas gritan de júbilo, mencionando que esta será su última Navidad en cautiverio, esperando que en el nuevo año se cumplan los tiempos para obtener la anhelada libertad, sin saber que, posiblemente, esta sí sea la última Navidad de sus vidas. Conocí compañeros con esta historia, dichosos ante la inminente libertad, pero que al salir del penal solo encontraron la muerte esperándolos.

Recuerdo mi primer día de Año Nuevo en el claustro. Madrugué y me ocupé como ningún otro día, dedicándolo enteramente al dibujo de uno de mis proyectos. No di espacio de atención a nada más, como si nada existiera, como si nada pasara, como si fuera un día más. Recuerdo que el capitán de ese establecimiento llegó a las 7:00 al patio a dar un absurdo discurso, como si fuese un político elocuente. Nunca entendí cuál era su motivación para estar allí, si sus palabras no eran coherentes con sus actos; solo era un agente más del Estado que pisoteaba los derechos fundamentales de los encadenados. Supuse que su existencia era tan ruin y desdichada que en un día como este no tenía otro lugar donde estar. Sentí lástima de que alguien estuviera allí por elección.

Ahora sé que hay penales donde todo no es tan frío, pero aún así predomina en muchos esta desgraciada existencia. Los penales, si se quiere que sirvan a la sociedad, deben realmente funcionar como centros de reinserción, y esto solo se puede lograr brindando dignidad a los internos. De esta manera, solo se está cultivando el resentimiento, formando personas que, en su mayoría, no procederán de forma honorable, sino más bien desquitándose con la sociedad que les confió allí.

No estoy de acuerdo con ningún acto violento. Creo en el diálogo, en lo positivo y lo creativo; sin embargo, no todos tienen comprensión en su ser, por lo tanto, algunos, obviamente, actuarán de forma inconsciente.


English translation:

When I was detained in a hearing held on the second day of March in the courthouse of the city I come from, I saw the Saturnalia festivities as very distant. I thought to myself, with some relief, that this calamitous situation had arisen just at the start of the year so that it wouldn’t ruin the beautiful festive days of the traditional nativity season in the culture where I grew up.

Days passed, and from the police station, I was transferred to the penitentiary bastion. While there, the magical Christmas dates arrived, bringing with them a very unpleasant bitterness, a melancholy that tore at my insides and wrinkled my heart each day, filling it with a strange pain, a sensation as if a cold metal heart now inhabited my chest.

Tears escaped my eyes without warning, though there was no crying. My strategy to face those days was to immerse myself in my artistic activities, ignoring and remaining indifferent to the internal dynamics around this lackluster Christmas.

The inmates, already adapted, with years in confinement behind them, began their routines for the season. In some storage area, they had saved a few decorations: nativity scene figures, old colored lights, and a few tinsel garlands with the characteristic sparkle of the season. Certainly, it wasn’t much.

The rest of the ‘festive’ touches came from plastic recyclables, worn and dirty, from which we attempted to create a cone shape in the building’s three-level central void where the cells were, trying to resemble a Christmas tree. However, it was merely a huge heap of trash obstructing the scant electric lighting, creating even more gloom.

Perhaps at the peak of my time in confinement, when I was still in shock due to such an unexpected misfortune, I perceived everything with disgust; certainly, there was nothing beautiful about that sad imitation of a tree.

Being more impartial, the routines didn’t change much from the rest of the year. By 5:00, we had to be up and ready; at 20:00, the lights had to go off, and any noise ceased, even on New Year’s Day, which was just another day.

The regulations in this country mandate a ‘special’ meal on December 24 and 31, but it’s hardly special; just average. Food in prison is consumed out of the need to avoid starvation, merely for survival. Much of it is discarded, and on these dates, they serve something close to a typical menu at a cheap restaurant. It might be considered special by prison standards, but it’s not a Christmas-worthy meal by any means.

On these nights, which are the most special in this country, it’s customary to celebrate with fireworks. What’s a celebration for those outside becomes a torment for those inside, each blast a reminder of past years spent happily with loved ones.

Some inmates intoxicate themselves on cocktails of psychiatric medications and drugs, losing awareness early on; others endure the season sobbing, letting time pass second by second in sadness. The most optimistic shout with joy, saying this will be their last Christmas in captivity, hoping for a new year that will grant the long-awaited freedom — unaware that it might indeed be their last Christmas, for I knew companions with this story, joyously awaiting freedom, only to find death waiting outside the prison.

I remember my first New Year’s Day in confinement. I woke early and busied myself as never before, dedicating the whole day to drawing one of my projects. I ignored everything else as if nothing existed, as if nothing had happened, as if it were just another day. I recall the establishment’s captain arriving in the courtyard at 7:00 to deliver an absurd speech, like an eloquent politician. I never understood his motivation for being there since his words didn’t match his actions; he was just another State agent trampling the fundamental rights of the chained. I assumed his life was so wretched that he had nowhere else to be on such a day. I felt pity for someone being there by choice.

I now know that not all prisons are this cold; yet in many, this unfortunate existence persists. Prisons, if they are to serve society, must truly function as reintegration centers, and this can only be achieved by granting dignity to inmates. As it stands, they only cultivate resentment, thus creating people who, in most cases, won’t act honorably but will instead take their frustrations out on the society that placed them there.

I don’t agree with any violent act. I believe in dialogue, in the positive and creative; but not everyone has this understanding within them, so some will obviously act unconsciously.


Les invito a visitar mis redes sociales en Instagram, Facebook, y X, donde podéis encontrarme como @‌ArKidWhite. También les extiendo una invitación a leer mi libro Caos disponible en Amazon en el siguiente enlace: https://a.co/d/7GO0Nlk. Y por último quiero acudir a su apoyo para ayudarme a publicar mi segundo libro contribuyendo a mi crowdfunding: https://gofund.me/44eef4b8.

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Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.

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