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Burócrata, deriva del francés bureaucratie; compuesta de bureau (oficina o escritorio en francés); y kratos (del griego poder o gobierno). Etimológicamente es aquel que gobierna detrás del escritorio, o en estricto sentido, es un servidor público. La RAE lo define como: “Persona que pertenece a la burocracia (conjunto de los servidores públicos)”.
Pero en México, dicha palabra está deslustrada y vulgarizada, pues cuando se trata de insultar o denostar a un servidor público, basta con que le digas “burócrata”, sin necesidad de agregar groserías; solamente la pronuncias y significa que estás molesto por su pobre atención. Incluso, cuando un trámite ante el gobierno es lento y engorroso, nos quejamos de la “burocracia”. O sea, para la vox populi, es sinonimia de gente incompetente y floja, y si no es por los derechos humanos, la RAE ya habría agregado al diccionario tal significado como americanismo.
Pero este estigma, obedece a las prácticas viciadas a la hora de conformar la plantilla de personal de una dependencia. Haremos alusión en esta nota, a aquellos puestos en los que basta con una recomendación para ingresar, sin mediar concursos de oposición, exámenes de conocimientos y experiencia, elección popular, etcétera; porque así son la mayoría de los cargos que componen el andamiaje de la administración pública, que son miles y de distintos niveles (desde operativos hasta directivos), y que pueden ser ocupados por personas propuestas a placer, por quien tenga el poder para ello.
Si el “recomendado” cuenta con las credenciales adecuadas o con la experiencia necesaria, y realmente suma a la causa para atender las necesidades del área, no cabría queja alguna; habida cuenta que, se supone que el servicio público debe estar profesionalizado, y que desde hace más de una década, se han hecho esfuerzos por implementar el modelo anglosajón de la gobernanza, trabajar bajo controles de calidad y alcanzar objetivos.
Pero seamos realistas; este romántico escenario generalmente no se cumple; y por mucho que una persona que cuente con el perfil para ocupar una vacante acuda inocentemente y sin conocer a nadie a dejar su currículum a Recursos Humanos, la probabilidad de que le llamen es nula. No dudo que en algún momento de la historia de México alguien haya sido contratado así, pero al menos su servidor, jamás ha testificado un hecho de esos, durante más de treinta años inmerso en la burocracia en diferentes órganos (salvo uno que otro joven del servicio social que merecidamente se ganó un espacio).
El cáncer comienza cuando los puestos, son ocupados por recomendados que no deberían ostentar el cargo, ya sea por su trunco preescolar, su falta de experiencia, o lo peor, por su nula vocación de servicio público y holgazanería.
Entre los más comunes de este sector, están los “becados”; aquellos que se dedican a hacer horas nalgas, que por instrucciones del jefe no deben ser tocados. Los sientan donde nadie los vea y les dan funciones sin importancia, como transcribir la constitución.
Tenemos al “aviador”. Generalmente ingresan con un amañado contrato de honorarios, u otra modalidad, pero sin la obligación de registrar entrada y salida. Puede pasar un sexenio completo, sin que este espécimen sea visto un solo día en las instalaciones. Pudiera aparecerse en la posada para recoger el pavo y los vales de despensa que, merecidamente le corresponden.
De los casos más injustos: el “recomendado descarado”. Gana mucho más que el resto de los empleados que sí trabajan, y lo ponen como titular de un área estratégica de alto rango, como una dirección general, o por ejemplo, en un puesto de coordinación financiera cuando solamente estudió técnico en electricidad (trunco por si fuera poco) y sin experiencia. Tiene una sola virtud que lo aventaja del resto: ser amigo de piquete de ombligo del patrón. Incluso modifican los perfiles de los puestos porque el compadre “entra porque entra”.
Otro caso común es el que logra acercarse al jefe convirtiéndose en el “seductor”. Incompetentes por naturaleza, sin título profesional (ni en ningún campo, por cierto), sin experiencia, pero muy complacientes con las fantasías más depravadas del jefe, acaba en un puesto codiciado. No importa si es atractivo o no; se trata principalmente de poder.
Podríamos ampliar los ejemplos, y eso que no hablamos de los trabajadores sindicalizados (que se cuecen aparte); pero es suficiente para plasmar el mensaje: que por culpa de esta subespecie de trabajadores recomendados, se contaminan los esfuerzos por profesionalizar el servicio público, y por esta vulgar práctica, la palabra “burócrata” se convirtió en un insulto. Desafortunadamente, los que pagan los platos rotos son los ciudadanos que tienen qué ser atendidos por estos pelmazos, pero también la pagan los empleados que sí trabajan de verdad; porque sí, estimado lector, sí existen muchos burócratas que se parten el alma, que tienen vocación de servicio y que se mueren en la raya, sin importar si es mucha o poca la remuneración que perciban.
Imagine ahora que estamos en el marco de la transición del gobierno, cuando los grupos políticos arriben a las dependencias, ejecutarán lo que se hace en cada sexenio: cortar las cabezas del personal existente para colocar a sus huestes, y dentro de este colectivo, están los becados, los recomendados descarados, los aviadores, y las primeras damas.
English translation:
The term ‘bureaucrat’ derives from the French word bureaucratie, which is composed of bureau (office or desk in French) and kratos (power or government in Greek). Etymologically, it refers to someone who governs from behind a desk, or, in a strict sense, a public servant. The Royal Spanish Academy Dictionary (RAE) defines ‘bureaucrat’ as: “...a person who belongs to the bureaucracy (a group of public servants).”
However, in Mexico, the word is tarnished and vulgarized. When someone wants to insult or disparage a public servant, it suffices to call them a “bureaucrat”, without any need for further expletives; just saying the word implies dissatisfaction with their poor service. When a government procedure is slow and cumbersome, people complain about “bureaucracy”. Thus, in popular usage, it is synonymous with incompetence and laziness. If not for human rights considerations, the RAE would have already included this meaning in the dictionary as an Americanism.
The stigma of bureaucracy arises from flawed practices in staffing government agencies. This article refers to those positions where a mere recommendation is enough to secure entry, without open competitions, knowledge and experience exams, or public elections. These problems persist in most positions that make up the framework of public administration, which are numerous and vary in level (from operational to managerial). These roles can be filled by individuals appointed at will by those in power.
If the ‘recommended’ person always had the proper credentials or necessary experience, and genuinely contributed to addressing the needs of the area, there would be no complaints. After all, public service is supposed to be professionalized, and efforts have been made for over a decade to implement the Anglo-Saxon model of governance, work under quality controls, and achieve objectives.
But let’s be realistic; this ideal scenario usually doesn’t occur. No matter how qualified a person might be for a vacancy, if they innocently and without connections submit their resume to Human Resources, the likelihood of being contacted is almost zero. I don’t doubt that at some point in Mexico’s history, someone has been hired this way; but I, for one, have never witnessed such a case in over thirty years of experience in various government bodies (except for the occasional young intern who deservedly earned a spot).
The cancer develops when positions are filled by ‘recommended’ candidates who should not hold them — whether due to incomplete education, lack of experience, or worse, an absolute lack of public service vocation and laziness.
Among the most common of this group are the scholarship holders — those who spend hours doing nothing, who are untouchable per the boss’s orders. They are seated where no one sees them and given insignificant tasks, like transcribing the constitution.
Then there’s the aviators. They usually come in with a shady contract, such as a fee-based arrangement, without the obligation to clock in and out. An entire six-year term could pass without this person being seen even once at the office. They might show up at the Christmas party to collect their turkey and meal vouchers, which, of course, they rightfully deserve.
One of the most unfair cases is that of the nepo babies, who get the job on blatant nepotism. These hires earn much more than the rest of the employees who actually work. They are placed in a high-ranking strategic position, such as a general directorate or, for example, a financial coordination role (despite having only studied to be an electrical technician, and not even completing that) and with no experience. They have one advantage over the rest: they are close friends with the boss. The boss may even modify job requirements because their buddy must get in, no matter what.
Another common case is the one who manages to get close to the boss by becoming the seducers. Incompetent by nature, without a professional degree (or a degree in any field, for that matter), with no experience, but very accommodating to the boss’s most depraved fantasies, they end up in a coveted position. It doesn’t matter if they’re attractive or not; it’s mainly about power.
We could expand on these examples; this doesn’t even touch on unionized workers (a separate issue altogether). However, this is enough to convey the message: that because of this subset of ‘recommended’ workers, efforts to professionalize public service are tainted, and this vulgar practice has turned the word ‘bureaucrat’ into an insult. Unfortunately, it is the citizens who end up the victims of these inept individuals; but also, the employees who genuinely work hard suffer, as well. Yes, dear reader, there are many bureaucrats who put their hearts into their work, who have a vocation for service, and who go all out, regardless of whether their pay is substantial or not.
Now imagine we are in the midst of a government transition, when political groups arrive at the government agencies and execute what happens every six years — they replace the existing staff with their own followers. Among this group are the favored employees of the new boss: the scholarship holders, the aviators, the nepo babies, and the seducers.
Originario de la Ciudad de México, Oscar Taylor cuenta con estudios superiores en Derecho y Administración Pública. Ha sido catedrático en diversas instituciones educativas de México y se desempeña como Disc Jockey profesional desde 1988 y servidor público desde 1996. Oscar fue locutor de Grupo Radio Fórmula Monterrey de 2012 a 2015, y en 2018 fue galardonado con la Palma de Oro por el Círculo Nacional de Periodistas de México. Ha ganado diversos Concursos de Calaveras literarias. Oscar es autor de la obra literaria postapocalíptica ÁNIMA, y es el creador del podcast “El Búnker de Oscar Taylor”.
Originally from Mexico City, Oscar Taylor has advanced degrees in Law and Public Administration. He has been a professor at various educational institutions in Mexico and has worked as a professional Disc Jockey since 1988 and a public servant since 1996. Oscar was a speaker for Grupo Radio Fórmula Monterrey from 2012 to 2015, and in 2018 he was awarded the “Palma de Oro” by the National Circle of Journalists of Mexico. He has won various literary 'Concursos de Calaveras' (contests of traditional satirical writing in verse). Oscar is the author of the post-apocalyptic literary work ÁNIMA, and is the creator of the podcast El Búnker de Oscar Taylor.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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