Photo by Tallita Maynara
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Si tuviera solo un instante y una oportunidad para mostrar lo que es la humanidad a un ser que fuera de otro mundo, le daría un pay con café y dejaría que fuera el paladar el primero en apreciar lo que somos cuando nos juntamos de cada rincón de la tierra queriendo dar lo mejor que tenemos. Una vez que esta criatura estuviera conmovida y fascinada por la experiencia gustativa procedería a contarle un poco de cada ingrediente.
Me gusta estudiar la historia de algunos alimentos, como viajaron, como se fueron transformando de un país a otro, se fueron arraigando entre las personas y estas a su vez los iban incluyendo en sus recetas, las galletas marías por ejemplo son inglesas, se crearon en 1874 y no fue hasta casi cien años después que llegaron a Puebla, México, llegaron para quedarse integrándose en la dieta hasta convertirse en un básico, estas dicho sea de paso, se usan como base para pay, cuando se revuelven con mantequilla, un alimento que aparece por primera vez en las páginas de la historia en Mongolia, originalmente el batido se hacia en pieles de animales. Este alimento se dispersó por Europa a cargo de los mal llamados vikingos, quienes recorrían los mares comprando y haciendo otras cosas. Es decir que en las primeras embarcaciones europeas, la mantequilla venía incluida.
Dos alimentos que vinieron del viejo mundo llegaban aquí para quedarse, dejando que el sabor y consistencia que brindaban a la comida hablara por ellos, integrándose rápidamente a la dieta de los nuevos comensales, demostrando que la humanidad sabe mezclarse y lo hace bien.
Pero es momento de ponerle un toque nuestro, usando piña o como se le llamaba antes, Anana (perfume de perfumes) siendo usada tanto para preparar bebida o comerse así. Esta rica fruta se ha extendido por el globo con su jugosidad y sabor, tal como lo hace cualquier latino, yendo por ahí, contagiando su alegría, empalagoso, entregado, amoroso, demostrando que puede existir cómodamente en casi cualquier lugar, una bebida, un postre, un perfume o solo. Pero esta fruta viajera que ha tenido tanto éxito, también sabe de alianzas y cuando se une a la canela, el paladar explota en endorfinas.
Cleopatra lo sabía y untaba su piel y cabello con ella haciendo que su atractivo fuera aún más alucinante. La canela merece varias páginas para ella sola, su historia es fascinante, incluye guerras por controlar el territorio en el que nace y mentiras como cuando Colón aseguró que había encontrado en México (era una variedad no comestible) y vendió el territorio a un precio exagerado. La canela pues, esta corteza de árbol que enaltece cualquier alimento, que ha encontrado raíces a donde sea que se encuentre su nuevo destino, que en varias ocasiones ha sido la principal responsable de la economía, es un alimento asiatico, que no pierde sus raíces pero a donde va hecha más.
El azucar lleva la escencia del logro de la abolición de la esclavitud. Podemos remontarnos un poco a los tiempos de la conquista, cuando se comenzó con sus plantaciones en el Caribe, trayendo gente arrebatada de sus hogares desde el continente Africano hasta el Americano, a trabajos forzados extrayendo de las cañas el alimento por jornadas interminables, para que el patrón tomará un par de terrones a la hora del té. No fue sino hasta el siglo XIX, en la abolición que esta práctica se fue reduciendo de a poco. Es interesante que algunas décadas después se empezará esta campaña de propaganda hostil hacia el alimento, tachandolo de culpable en muchas fallas de salud del cuerpo humano.
Antes demonizadora, ahora demonizada, sigue siendo un alimento que contiene tanta poesía en su significado e historia que resulta difícil no ponerse melancólico cuando te das cuenta de lo que hay detrás de un puñado de azúcar, las lágrimas y el trabajo duro y el dulzor que aporta a cada comida con la que logra mezclarse. Así que sí, este pay llevaría azúcar de caña, ningún sustituto.
Este pay, aunque sencillo, debería acompañarse con una bebida del tipo moka, otra fusión cultural que ha resultado en una genialidad, mezclando alimentos de aquí y de allá, justo como nosotros nos vamos mezclando. Muchos de nosotros hemos escuchado la historia de Kaldi, el pastor etiope que por casualidad descubrió el café dándole al mundo la esencia de una mañana nueva cada día. Pero no fue sino hasta varios siglos después, allá en Italia donde comenzó a extenderse el cultivo y consumo, siendo parte importante, aquellos monjes de capucha que mezclaban el café con leche espumosa, dándole el nombre al café capuchino.
Aunque para ser franca, mi café favorito es el de Oaxaca o el de Colombia, quienes adoptaron el grano y sus rituales de consumo al grado en el que, desde mi opinión, superaron por mucho a quienes lo trajeron o lo afanaron.
Por último, no podemos olvidar el chocolate, un obsequio del dios Quetzalcoatl que podía degustar o usarse como moneda, él lo regalo a nosotros y nosotros al mundo, un alimento capaz de mejorar el estado de ánimo o de sacarte de apuros si no sabes que regalar, que estimula el cerebro, que mejora la piel entre muchas otras cosas.
Una vez que este ser hubiera terminado con sus alimentos, le hablaría de ellos pero principalmente de los involucrados, de los viajeros y exploradores, que se van de casa siempre en busca de nuevas oportunidades. Ellos han ido regando el mundo con tesoros, también le contaría de quienes los han traído, llevado, plantado y vendido, de quienes labran la tierra para que estos puedan crecer y luego de quienes los cosechan, de quienes les ponen impuestos para que viajen, de quienes los usan en sus restaurantes o quienes los compran para sus hogares.
Creo que esta sería la mejor carta de presentación de la humanidad.
English translation:
If I had only one chance to represent humanity, if I had just one moment and one opportunity to show what humanity is to a being from another world, I would offer them a pie with coffee and let their palate be the first to appreciate what we are when we come together from every corner of the earth, bringing the best we have to offer. Once this creature was moved and fascinated by that culinary experience, I would proceed to tell them a little about each ingredient.
I enjoy studying the history of certain foods — how they traveled, transformed from one country to another, and became rooted among people, who, in turn, incorporated them into their recipes. María cookies, for example, are originally English, created in 1874. They didn’t arrive in Puebla, Mexico, until almost a hundred years later, becoming a staple in the local diet. Incidentally, these cookies are often used as a base for pies when mixed with butter — a food that first appeared in history in Mongolia, originally churned in animal skins. Butter spread across Europe, brought by the so-called Vikings, who traveled the seas trading (and, well… engaging in other activities). In essence, butter was an early staple in European voyages.
These two foods from the Old World arrived here and made their mark, letting their flavors and textures speak for themselves, quickly integrating into the diet of new diners. They demonstrate how humanity knows how to mix — and do it well.
But it’s time to add our own touch, using pineapple — or as it was once called, anana (“perfume of perfumes”). Pineapple is used in beverages or enjoyed on its own. This juicy fruit has spread across the globe, much like any Latino, sharing its joy, sweetness, dedication, and love. Pineapple thrives almost anywhere, whether in a drink, dessert, perfume, or simply as it is. However, this traveling fruit that has found such success also understands the value of alliances. When combined with cinnamon, it makes the palate explode with endorphins.
Cleopatra knew this, and used cinnamon to enhance her skin and hair, making her allure even more mesmerizing. Cinnamon deserves pages of its own; its history is fascinating, involving wars over its native lands, and bold lies — like when Columbus claimed to have found it in Mexico (it was a non-edible variety) and sold the territory at an exaggerated price. This tree bark, which elevates any dish, has found roots wherever it goes, enriching its destinations time and again.
Sugar carries the essence of the abolition of slavery. We can trace its history back to the conquest era, when plantations began in the Caribbean. People were torn from their homes in Africa and brought to the Americas for forced labor, extracting sugar from cane during endless workdays so that the masters could enjoy a few cubes with their tea. It wasn’t until the 19th century and the abolition of slavery that this practice slowly began to diminish. Decades later, sugar became the target of hostile propaganda, blamed for numerous health issues.
Once demonized, now vilified, sugar remains a food with such poetic meaning and history that it’s hard not to feel melancholic when you consider the tears, hard work, and sweetness it brings to every dish it touches. And yes, the pie in this story would include cane sugar — no substitutes.
This seemingly simple pie should be accompanied by a mocha — a cultural fusion resulting in pure genius, blending foods from here and there, just as we blend as people. Many of us have heard the story of Kaldi, the Ethiopian shepherd who accidentally discovered coffee, gifting the world with the essence of a new morning every day. It wasn’t until centuries later in Italy that coffee cultivation and consumption began to spread, thanks in part to hooded monks who mixed coffee with frothy milk, coining the term cappuccino.
Though, to be honest, my favorite coffee comes from Oaxaca or Colombia. These regions embraced the coffee bean and its rituals to such an extent that, in my opinion, they far surpassed those who introduced it.
Lastly, we cannot forget chocolate, a gift from the god Quetzalcoatl. It could be savored or used as currency. He gave it to us, and we shared it with the world — a food capable of lifting your mood or saving you when you don’t know what to give as a gift to someone. It stimulates the brain, improves the skin, and offers countless other benefits.
Once this being had finished their meal, I would talk to them about the foods but, more importantly, about the people involved — the travelers and explorers who leave their homes in search of new opportunities, spreading culinary treasures wherever they go. I would tell them about those who have brought, planted, and sold these foods; about those who work the land to grow them, those who harvest them, those who tax them so they can travel, those who use them in restaurants, and those who buy them for their homes.
I believe this would be humanity’s best introduction.