Galileo Demonstrating the New Astronomical Theories at the University of Padua / Félix Parra, 1873
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Lírica del espacio-tiempo
Un suspiro de alivio precedido por una noticia que alegra el vivir, a veces se vuelve una necesidad para que los días venideros se tornen brillantes y esperanzadores. La fuerza motora de la vida, llamada también “elan vital” por Henri Bergson, ha sido objeto de la filosofía dejándonos preguntas cuya respuesta se pierde entre llamadas y juntas, obligaciones y una larga lista de deberes sociales que uno tras otro dejan sepultadas nuestras ansias de respuestas. Vamos de aquí para allá, como si un tambor frenético dictara los movimientos de nuestra vida, nos encontramos cobrando y pagando, yendo y regresando, de prisa, buscando ansiosos la instantaneidad, tocando puertas, abriéndolas o cerrándolas, dedicados a esta azarosa existencia que hoy nos ocupa. Frenéticos nos olvidamos de descubrir qué es la vida y la vivimos a ojos cerrados, danzando al ritmo del tambor occidental. Sin embargo, ante alguna vicisitud, los cambios negativos rugen con fuerza mostrándonos sus fauces y dejamos en pausa el llamado de nuestras pasiones y anhelos para lidiar con fuerza o sucumbir ante la vicisitud. Tiempo después hemos perdido energía, ya no estamos dispuestos a continuar con el mismo impulso, hemos dejado de darle relevancia a aquellas pasiones que antaño eran un motor en nuestra vida. Cedemos ante “lo más práctico” y olvidamos que los sueños no son prácticos o ante “lo más cómodo” sin recordar que uno, en el primer soplo de la vida, luchó con fuerza y sin comodidad para tomar la primera bocanada de aire o “lo más fácil” ignorando a sabiendas lo tramposa que suele ser la facilidad. Hace quince años hablaba con un amigo sobre nuestros planes a futuro en la literatura, ahora trabaja de asistente en un geriátrico; hace diez años, pese a que tenía trabajos de jornadas largas, llegaba a casa a escribir
y pensaba que un día podría ocuparse de ello a tiempo completo, luego consiguió este trabajo y se casó; hace un par de años hablamos de escribir y me dijo “a mi esposa no le gusta porque dice que no le doy tiempo de calidad”. Hablando con él en estos días me di cuenta de que el ritmo de la vida había devorado sus deseos y de aquel escritor quedaba poco más que el recuerdo. Colgamos
apresuradamente, iba a ir a una carne asada con sus nuevos amigos y su esposa. “Debe haber sido la inercia de la vida”, me dije justificándolo un poco en mi mente, intentando convencerme de que él estaba mejor así. El principio de la inercia es tan simple que es posible trasladarlo de la física y llevarlo a cualquier otro ramo de la vida, así que recurrí a uno de mis pensadores de antaño favoritos; el padre de la ciencia moderna, Galileo, recordando a un hombre que dio su vida por la ciencia y que él mismo jamás declinó aunque tuviera que pasar sus últimos días en el exilio y muriera solo, sacrificando su vida misma para darnos muchos de los principios que conocemos hoy. Este hombre tan terco y pertinaz dijo que la caída de un cuerpo se efectúa debido a una fuerza constante: su peso, por tanto, esta no puede tener otra velocidad que la constante. Más tarde, Newton haría de esta la primera ley de la física. Contemplé un poco lo que había pasado en estos años y me dije: “no solo los cuerpos, las vidas también”. A veces la fuerza de los asuntos externos nos detiene, a veces nos impulsa más, muchas veces si se trata de congojas simples ralentizan nuestro paso, pero lo que viene de afuera, el movimiento externo a menudo logra causar un efecto en nuestras vidas. “Si tuviéramos otra fuerza”, pensé, algo que nos impulse cuando las cosas de la vida nos golpean, nos rozan o nos detienen, algo que igualara y por tanto sofocara su fuerza o que nos diera más velocidad… Noté de inmediato que la gente que más admiro (incluyendo, por supuesto, a Galileo) no tiene un solo anhelo ni una sola pasión, son tantas que abruman, quizás es por eso que no se les acaba la chispa, si no es uno es otro y si no es ese, hay una decena más. Fabricando un poco de sueños y pasiones podríamos tener más de este impulso, pues quizá esto genere la inercia necesaria para que la continuidad del movimiento siga recta en la dirección original, para que sea un movimiento imparable. Tal vez si por cada tragedia, pérdida o crisis tuviéramos un sueño que igualara o superara la fuerza del golpe recibido, podríamos continuar infinitamente. ¿Cómo llenarnos de sueños y pasiones? Tener en el bolsillo el gran secreto de cómo alcanzar ese anhelo deseado nos ha sometido al punto de desgastar las mentes de los físicos más brillantes, de los escritores y guionistas talentosos que con su pluma nos ayudan a imaginar cómo sería, pero probablemente la respuesta sea más simple. ¿Qué tantos anhelos y pasiones podemos fabricar? Sin duda podemos fabricar más, podemos generarlos, desempolvarlos o descubrir, pues esta es una de las muchas habilidades que tenemos como seres humanos, está al alcance de una idea, las ideas sostienen al mundo, son la prueba visible de la evolución humana y estas las fabricas tú. Las nuevas ideas son simples, pero poderosas, tienen la cualidad de inyectar un vigor particular en el vivir. Tal vez la fuerza que necesitamos está al alcance de un nuevo deseo, que nos obsequie ese ímpetu que impulse cada uno de nuestros días, si fuera cierto que los anhelos y las pasiones nos obsequian este impulso, esta cualidad de continuidad, la respuesta sería fabricar suficientes para que las fuerzas externas no logren frenar aquello que pretende detener nuestro sagrado
impulso vital. Tal vez ahí se esconde el suspiro de alivio que otorgue a nuestros días el ímpetu necesario y claro, la sonrisa.
English Translation:
Lyrics of Space-Time
A sigh of relief preceded by news that brightens life sometimes becomes a necessity for the coming days to turn bright and hopeful. The driving force of life, also called “elan vital” by Henri Bergson, has been the subject of philosophy, leaving us with questions whose answers get lost among calls and meetings, obligations, and a long list of social duties that one after another bury our yearnings for answers. We go from here to there, as if a frenetic drum dictated the movements of our lives. We find ourselves collecting and paying, going and coming back, in a hurry, eagerly seeking instantaneity, knocking on doors, opening or closing them, dedicated to this precarious existence that occupies us today. Frantic, we forget to discover what life is and live it with closed eyes, dancing to the rhythm of the Western drum. However, in the face of some vicissitude, negative changes roar with force showing us their jaws, and we put on hold the call of our passions and desires to deal with strength or succumb to the vicissitude. Time passes, and we have lost energy; we are no longer willing to continue with the same impulse; we have stopped giving relevance to those passions that once were a driving force in our lives. We give in to ‘the most practical’ and forget that dreams are not practical, or ‘the most comfortable’ without remembering that we, in the first breath of life, fought with strength and without comfort to take the first breath of air, or ‘the easiest’ ignoring knowingly how deceptive ease can be.
Fifteen years ago, I talked to a friend about our future plans in literature; now he works as an assistant in a nursing home. Ten years ago, even though he had long working hours, he would come home to write and thought that one day he could do it full time, then he got this job and got married. A couple of years ago, we talked about writing and he told me, “My wife doesn’t like it because she says I don’t give her quality time.” Talking to him these days, I realized that the pace of life had devoured his desires; and of that writer I once knew, there was now little more than a memory. We hung up hastily; he was going to a barbecue with his new friends and his wife. “It must have been the inertia of life,” I said, justifying it a bit in my mind, trying to convince myself that he was better off that way.
The principle of inertia is so simple that it is possible to transfer it from physics and apply it to any other branch of life, so I turned to one of my favorite thinkers of yesteryear — the father of modern science, Galileo — remembering a man who gave his life for science and who never declined it even though he had to spend his last days in exile and die alone, sacrificing his life itself to give us many of the principles we know today. This man, so stubborn and persistent, said that the fall of a body occurs due to a constant force: its weight; therefore, it cannot have another speed than the constant one. Later, Newton would make this the first law of physics.
I contemplated a little what had happened in these years and I said to myself: “Not only bodies, lives too.” Sometimes the force of external matters stops us, sometimes it propels us further. Often, if it is simple distress, it slows our pace; but what comes from outside, external movement, often manages to cause an effect on our lives. If we had another force, I thought, something that drives us when life’s things hit us, touch us, or stop us, something that equalizes and therefore stifles its force or gives us more speed...
I immediately noticed that the people I admire the most (including, of course, Galileo) do not have a single desire or passion; they have so many that they overwhelm. Perhaps that’s why their spark never runs out; if it’s not one, it’s another, and if it’s not that one, there are a dozen more. By manufacturing some dreams and passions, we could have more of this impulse because perhaps this generates the necessary inertia for the continuity of movement to remain straight in the original direction, so that it becomes an unstoppable movement. Perhaps if for every tragedy, loss, or crisis we had a dream that matched or exceeded the force of the blow received, we could continue infinitely. How do we fill ourselves with dreams and passions? Having in our pocket the great secret of how to achieve that desired longing has subjected us to the point of wearing out the minds of the brightest physicists, talented writers, and screenwriters who, with their pen, help us imagine how it would be… but probably, the answer is simpler. How many desires and passions can we manufacture? Without a doubt, we can manufacture more; we can generate them, dust them off, or discover them anew, because this is one of the many abilities we have as human beings — we are ever within reach of an idea. Ideas sustain the world; they are the visible proof of human evolution, and you manufacture them. New ideas are simple, but powerful; they have the quality of injecting a particular vigor into life. Perhaps the force we need is within reach of a new desire, which gives us that impetus that drives each of our days. If it were true that desires and passions give us this impulse, this quality of continuity, the answer would be to manufacture enough so that external forces do not manage to stop what tries to stop our sacred vital impulse. Perhaps there lies the sigh of relief that gives our days the necessary impetus and, of course, the smile.
Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.
Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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