Photo by Vlad Chețan

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V10i7 Jul Local standard of rest Rich Palmer
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Narrated by Rich Palmer

This article is bilingual! Scroll down for the English translation.

Violentas gotas de lluvia caen de súbito,ha sido un día caluroso, y el estruendo con el que el agua irrumpe me impele a sentarme a observar. Pronto, el suelo se llena de pequeños lagos que almacenan el agua. Desde la ventana de mi casa, miro a algunas personas buscando refugio; han perdido unos minutos de su vida, detenidas con tal de no mojarse. Ver cómo detienen la marcha me frustra un poco con ellos, pues hoy me he enterado de que debo esperar tres meses para terminar un trámite que representa el fin de un episodio amargo.

A ellos los ampara el toldo de una tienda, y a mí, una sensación de que aún puedo salirme con la mía. Ambos buscamos reanudar la velocidad y dirección, siendo vectores de nuestros más fervientes deseos, tanto como el áspero mundo lo permita.

“El mundo” —este tercer planeta— alberga millones de deseos y voluntades que, en armonía o en pugna, forjan alianzas y colisiones conforme pasan los días. Algunas voluntades se cumplen, permitiendo a su portador vislumbrar nuevos horizontes tras lo tenido; otras yacen en reposo permanente, amargando al portador, solidificando su existencia en lo adusto. Cuando un portador de voluntades cumplidas se cruza con uno de voluntades frustradas, surgen fenómenos cotidianos que moldean el vivir: el tono al hablar, los gestos, el apoyo, el amor, la clemencia, la consideración… pero también la indiferencia, la crítica áspera y malintencionada, la violencia pasiva, el crimen o la venganza.

Así, nos mezclamos y separamos a diario, aquí y allá, alentando la marcha o apresurándola según sea el caso. Suspiro, pensando en lo mío, y luego imagino cómo discurren las demás vidas, al menos en mi radio. Esta mezcla de movimientos humanos me hace visualizar una estructura que bien podría trazarse en manos de un buen estadista: uno que, haciendo lo propio, calcule la probabilidad de que cada ser humano materialice —o no— esas chispas de voluntad nacidas en su intimidad, según el radio de movimiento en que se desenvuelve y las partículas a su favor o en su contra.

Este tipo de estándar de velocidad ya se ha trazado… al menos allá arriba. Conocido como Estándar de Reposo Local, es un sistema que estudia el movimiento medio de todo el material dentro de la Vía Láctea: planetas, soles, asteroides, gas, polvo cósmico y, por supuesto, el bulbo galáctico. Mide la influencia gravitatoria que cada cuerpo ejerce sobre otros, así como las velocidades a las que se mueven. Estos cálculos nos dan un marco de referencia para entender las velocidades posibles dentro de nuestra galaxia, las relaciones entre planetas, estrellas y partículas, y cómo el movimiento es impulsado o detenido. Pero… ¿y aquí?

La Vía Láctea —este rincón del cosmos que funciona con más sincronía que un reloj suizo— ha sido medida para revelarnos cómo su campo gravitatorio teje la estructura del manto celeste, bello e intimidante. Sabemos cuánto dura un día en Marte o cómo Mercurio afecta los anillos de Saturno. Pero esto me lleva a preguntar: ¿Hasta dónde llega la influencia de nuestro movimiento, de nosotros hacia nosotros, entre nosotros? No como individuos, sino como especie.

Incluso creemos saber cómo los astros afectan nuestras personalidades, pero nadie ha calculado cómo nuestros cuerpos, en su vaivén persistente y su eterna búsqueda del deseo, causan pequeñas aceleraciones o frenos en las vidas que encuentran. Cohesión y colisión, creación y destrucción, a un ritmo místico que murmura el canto de los todos, generando una marcha imponente de movimientos engranados que nos otorgan tiempo… y nos lo quitan.

Mientras la lluvia cede y los transeúntes se van, las horas retoman su curso preestablecido. Yo pretendo seguir el rastro de este movimiento sempiterno y encuentro nuestra versión de la atracción: completamente funcional. Lo que nos atrae domina nuestra atención, altera nuestras voluntades previas —el curso de nuestras vidas—, nos llena de energía y, al final, genera un movimiento conjunto que mantiene las cosas en su lugar.

Estas emociones se ubican en lo agradable: cuando algo nos gusta, hacemos concesiones, cambiamos decisiones, entregamos vida y tiempo. En cambio, lo desagradable nos repele; chocamos, nos detenemos, nos vemos impedidos, como atrapados en su campo gravitatorio —esclavos del pensamiento, atados a susurros amenazantes del mañana—.

¿Cómo salir de ahí? ¿Será que, si emulamos a la física, tendremos también la respuesta?


English translation:

Violent raindrops fall suddenly. It’s been a scorching day, and the thunderous arrival of water compels me to sit and watch. Soon, the ground is dotted with tiny lakes pooling beneath the sky. From my window, I see people scrambling for shelter — they’ve surrendered minutes of their lives, halted just to stay dry. Watching them pause irritates me faintly, for today I learned I must wait three months to complete a bureaucratic ordeal that marks the end of a bitter chapter.

They are shielded by a store’s awning; I, by the delusion that I might still bend fate. Both of us seek to resume our velocity and direction, vectors of fervent desires, as far as this callous world allows.

“The world” — this third planet — holds millions of wills and yearnings that, in harmony or conflict, forge alliances and collisions as days pass. Some wills are granted, lifting their bearers toward new horizons beyond what was; others lie eternally dormant, festering in their hosts, hardening existence into austerity. When a bearer of fulfilled wills meets one of thwarted wills, the collision spawns daily phenomena that shape living itself: tone of voice, gestures, support, love, mercy, consideration… but also indifference, sharp-tongued malice, passive violence, crime, or vengeance.

So we blend and part each day, here and there, hastening or delaying the march as needed. I sigh, lost in my own thoughts, then imagine the trajectories of other lives within my radius. This dance of human motion conjures an image — a structure a skilled statistician might map, calculating each person’s odds of realizing those intimate sparks of will, based on their radius of movement and the particles aligned for or against them.

Such a velocity standard already exists… out there. The Local Standard of Rest tracks the average motion of all matter in the Milky Way: planets, suns, asteroids, gas, cosmic dust, even the galactic core. It measures how each body’s gravity pulls others, and the speeds at which they travel, revealing how movement is propelled or stalled. But… what about here?

The Milky Way — this pocket of cosmos ticking with Swiss precision — has been measured to unveil how its gravitational field weaves the celestial tapestry, beautiful and terrifying. We know the length of a day on Mars or how Mercury tugs Saturn’s rings. Yet this makes me wonder: How far does our motion’s influence reach — from us, between us? Not as individuals, but as a species.

We even claim to know how stars shape our personalities, but no one has calculated how our bodies, in their perpetual sway and quest for desire, impose tiny accelerations or brakes on the lives they brush against. Cohesion and collision, creation and destruction, a mystic rhythm humming the song of the whole, driving the colossal machinery of motion that grants us time… and steals it back.

As the rain fades and the crowd disperses, the hours reset to their predetermined flow. I try to trace this eternal movement and find our version of attraction: fully operational. What draws us commands our attention, rewrites prior wills — the course of our lives — fills us with energy, and ultimately spawns a dependent motion that keeps things in place.

We label these emotions pleasure; when we like something, we compromise, change decisions, gift life and time. Conversely, the unpleasant repels us; we collide, stall, are barred, as if trapped in its gravitational field — slaves to thought, bound by the threatening whispers of tomorrow.

How do we escape? If we emulate physics, will the answer reveal itself?


Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.

Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.


Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.

This article is brought to you by El Vuelo Informativo, a partnership between Alcon Media, LLC and Tumbleweird, SPC.