Pugno Subornare (the suborning fist)

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El puno estira la intención y la mano tiene la última estocada. 

Aristóteles sostiene que la virtud moral es un término medio entre dos extremos, uno de exceso y otro de defecto. Por ejemplo, el valor es el término medio entre la cobardía y la temeridad. 

En la atmósfera social latinoamericana es muy común asimilar actos de corrupción. Debo decir que, para nosotros, la gente del barrio y de las grandes ciudades llenas de multitudes, los actos corruptos son pan de cada día, una manera de agilizar procesos, acelerar las cosas, mantener silencios, ocultar verdades, maquillar errores, solicitar atenciones y posicionarse en lugares de preferencia, en fin, un sinnúmero de situaciones que acompañan los caóticos días de una cultura autónoma y apresurada. 

En mi caso, cuando vivía en Guadalajara, ya era bien sabido a qué profesor debías dejarle una botella de Tequila Herradura en el cajón de su escritorio, o a la maestra con amor por los tacos de barbacoa y cigarros mentolados, que te asegurarían unos puntos extras en esos exámenes fallidos, o la justificación de faltas por estar con la resaca del día anterior. Con el tiempo, también supe del oficial de policía que, cuando te detenía algo tomado, aceptaba una “Sor Juana” (un billete de doscientos pesos con la imagen de Sor Juana Inés de la Cruz) o un “Diego Rivera” (billete de 500 pesos) si te amenazaban con llevarte al “torito” (cárcel temporal para z conductores bajo influencia del alcohol). 

Parece que lo llevamos en la sangre; el ADN no nos dejaría mentir. Sobornamos desde el juez en la corte hasta el padre en la iglesia, cuando la penitencia por engañar a tu esposa es más que rezar dos rosarios y la promesa de ir al paraíso por pecador se aleja de tus posibilidades. Esto sucede incluso en los infantes que absorben el ejemplo de los actos de sus padres, aprendiendo que es inteligente saber salirse con la suya. Nos enseñamos a ser audaces, pudientes y a demostrar que tenemos la habilidad adquirida de manipular cualquier situación a nuestro antojo y dejar de sentir culpabilidad alguna por nuestras acciones erradas. 

Yo, como muchos otros mexicanos o latinoamericanos, aprendimos con el ejemplo, en el proceso de adaptarnos a nuestro ambiente. Hace un par de años, en una conferencia de prensa, el presidente de México, AMLO, mencionó como broma que en el poder que acostumbramos a vivir, se nos inculcó que la moral era un árbol que da moras. Con una sonrisa, recordé que siempre en la cúpula de la sociedad estaban esos seres tan millonarios, con automóviles, novias de telenovela, que viajaban a Europa en verano y conocían Cancún y Hawái; esos diputados, gobernadores, abogados, comerciantes, incluso narcotraficantes. Y es de esa ambición donde desesperadamente hemos perdido la moralidad adquirida. Pero siento acertadamente que en nuestro país si se nos inculcó la moralidad, aunque en el camino de este aprendizaje también aprendimos que la moral es una cuestión de sociedad, de tener quien reafirme esa moralidad, y de mantener en el cajón los actos inmorales como una manera de navegar el sistema alimentando el éxito y el ego. Así, el ser humano que ante la sociedad en su labor diaria se presenta como ese ser moral, cívico, de lucha y con una gran caridad en el corazón, que se cree impensable su capacidad de cometer algún acto contrario a los principios que profesa, se cubre perfectamente de una defensa inmune ante el señalamiento y el pensamiento de su propia humanidad latente. 

El árbol de moras dulces y jugosas del que se alimentan los corruptos es el mismo que planta nuestro pueblo, que riega con su medio vaso, el mismo arbusto que solo vemos crecer para convertirse en el fruto propiedad de los que saben cómo estirar solo la mano. 

El corruptible 

A pesar de la distancia, de las culturas, de los medios, el acto de corromperse es, sin duda alguna, uno de los actos menos sorprendentes de toda la humanidad. Los factores son básicos: se tiene que tener primordialmente un bajo coeficiente intelectual, un vacío espiritual y una ambición combinada entre poder y dinero. 

El corruptible es un ser pequeño, y no me refiero a la estatura. El ser pequeño incluye cierta deficiencia que no fue adquirida con el crecimiento cognitivo en el proceso de su madurez, ya sea por falta de experiencias, empatía, cercanía con algún ser que le brindara luz suficiente para sentirse grande. Este ser diminuto está entre las tinieblas de una vida llena de inseguridades y es capaz de arrastrar y reconocer a quienes se asemejan a él. Es por eso que, en los actos de corrupción, el corruptible requiere de otros corruptos para complementar su minúscula presencia, ya sea que busque posiciones de poder y renombre como la presidencia de alguna institución o la representación de alguna minoría o pueblo en necesidad. Es así como comienza su proceso creativo. 

Este ser creativo, corrupto pero creativo, carece de una energía especial que se le brinda en la bondad verdadera. La energía de la que hablo es una que el espíritu logra cautivar con buenas acciones deliberadas, ayudar sin querer nada a cambio, aportar ideas en el anonimato, impulsar a otros a salir de sus estados de complicidad, etc. Existen muchas acciones que otorgan esta cercanía con esta sinergia que, a diferencia del poder, no requiere de reconocimiento. Quien busca poder y lo encuentra constantemente recurre a la presencia en los ojos de quien le logre reconocer. Es por ende que el corrupto no solo es diminuto sino totalmente invisible ante sí mismo, causando en él el vacío total, el cual percibe de manera física y espiritual. Estos seres suelen enfermar del corazón, de los oídos, de la lengua, del alma, del cerebro. El mayor ejemplo de estos síntomas se puede observar en gente que, adquiriendo una posición de poder, se vuelven ciegos, ciegos de lo que les rodea, y enganchados en una sola obsesión terminan con un derrame de ideas que se les escapan hasta desvanecer. El corrupto logra sobrevivir a pesar de los síntomas, pero su capacidad de entendimiento es muy limitada. 

El ser corruptible toma su primer triunfo cuando logra evadir la moral, la justicia y el castigo de la conciencia. Para ellos, la conciencia es inservible, como si de esta se tratase de un apéndice cualquiera. La recompensa de este servicio a la contribución de la historia, de su historia, le genera la contribución, ya sea con dinero, con posiciones de reconocimiento cada vez más públicas, o cuentas donde fácilmente se le permite el desvío de recursos.  

El piojo piensa que todos son de su condición. 

El sistema tiene piojos, esos seres escurridizos que chupan sangre, esos piojos que se escapan entre los telares de cabello y saltan sangres distancias de un lugar a otro para continuar su acto de benevolencia. El corrupto salta de gente en gente de igual manera, sacando un poco, obteniendo lo necesario, con astucia modera su comportamiento dependiendo de su propósito, oculta, sonríe, juega, se abalanza y se va. Y así, entre puentes y puentes que se queman, el piojo rompe con toda posibilidad de actuar y de cambiar su rumbo. 

Pero qué utópico de mi parte pensar que un ser ya adaptado a su sistema pueda transmutar. Cierto, es incluso tonto de mi parte pensar en el cambio de algo que ha vivido así por más de 35 años. Ahora que analizamos un poco sobre estos seres incompletos debo decir que en nuestra comunidad existe más de una docena, vacíos, tratando de llenarse con dinero, poder y reconocimiento. Estos hoyos negros andantes, que no tienen más que sombra y que tristemente solo debemos esperar a que su muerte los libere del peso de esas cuentas millonarias de dinero sucio y mal habido, o de su poder enmascarado del cual los obliga a levantarse por las mañanas y maquillar su rostro para ocultar quiénes son en realidad, perfumando su miseria en su día a día calculado, preciso, siempre a la defensiva, con el temor de ser descubiertos, a quienes logran descansar estando en la celda después de tanto estrés, pero hay quienes tienen años sin conocer el verdadero sueño. 

Te enseño 

A. se levantó ese día ilusionado, pensando que estaba por fin cumpliendo una de sus más deseadas metas: ayudar a más como él para construir un lugar más seguro. Pero ¿qué pasa cuando el trabajo que te dieron, el que tú pensabas que tenía alma y no solo eso, donde tu ilusión y tu falta de experiencia te jugaron la jugada que cambiaría tu vida? El piojo piensa que todos son de su condición, y este piojo pensó que podría sobornar como si estuviéramos en México, para salirse con la suya. Qué pena saber que los años no cambian mucho a la persona si esta sigue mutilando su conciencia, disfrutando de las moras de aquel que ya trabajó la tierra, creyendo que su infección es contagiable, tratando de regalar no sé, mil, tres mil, seis mil dólares a alguien para que enferme igual que él de ese vacío, y se sienta pequeño y se vuelva adicto y contribuya a su causa y se una a la recompensa de tener por tener y de dar para quitar, que se vuelva invisible de sí mismo y tema dormir y suelte todo lo que creía para adaptarse al sistema en que vive. Porque el corrupto puede vivir toda una vida, pero la verdad de lo que él trata de ocultar, siempre tarde o temprano sale a flote, porque siempre hay luz al final de todo túnel. 

En resumen, Aristóteles sostiene que la virtud moral es un término medio entre dos extremos, uno de exceso y otro de defecto. Por ejemplo, el valor es el término medio entre la cobardía y la temeridad. 

Aplicado esto a nuestra actualidad en nuestra comunidad, yo sostengo que la virtud moral es un término medio entre dos extremos, por un extremos el corrupto que ha desarrollado su capacidad de acumular para obtener poder por lo cual presenta una especie de autoridad la cual puede brindar temor a quien desconozca la naturaleza de ese poder, y del otro lado el receptor, que en terreno desconocido debe tomar la desicion propia de formar parte de los cimientos putrefactos de un sistema sencillo o en de construir su propia historia a paso lento pero firme. 


English translation:

The fist stretches the intention and the hand delivers the final blow. Aristotle maintains that moral virtue is a mean between two extremes, one of excess and the other of deficiency. For example, courage is the mean between cowardice and rashness. 

In the Latin American social atmosphere, it is very common to assimilate acts of corruption. I must say that, for us — the people from the neighborhood and the big cities full of crowds — corrupt acts are a daily bread, a way to expedite processes, speed things up, maintain silences, hide truths, cover up mistakes, request attentions, and position oneself in preferred places; in short, a countless number of situations that accompany the chaotic days of an autonomous and hurried culture. 

In my case, when I lived in Guadalajara, it was well known which teacher you should leave a bottle of Tequila Herradura in their desk drawer, which teacher had a love for barbacoa tacos and mentholated cigarettes, which teacher would ensure you some extra points on those failed exams, or an excuse for absences due to being hungover from the previous day. Over time, I also learned about the police officer who, when he caught you driving under the influence, would accept a “Sor Juana” (a two-hundred-peso bill with the image of Sor Juana Inés de la Cruz) or a “Diego Rivera” (five hundred-peso bill) if they threatened to take you to the “torito” (temporary jail for drivers under the influence of alcohol). 

It seems that we carry it in our blood; our DNA will not leave us alone. We bribe — from the judge in court to the father in the church, when the penance for cheating on your wife is more than saying two rosaries, and the promise of going to heaven as a sinner is beyond your possibilities. This even happens in children who absorb the example of their parents’ actions, learning that it is smart to know how to get away with things. We teach ourselves to be audacious, powerful, and to demonstrate that we have the acquired ability to manipulate any situation to our liking and stop feeling any guilt for our wrong actions. 

I, like many other Mexicans or Latin Americans, learned by example, in the process of adapting to my environment. A couple of years ago, in a press conference, the president of Mexico, AMLO, jokingly mentioned that in the culture we are accustomed to living in, we are taught that morality is a tree that bears mulberries (‘moral’ in Spanish is a word that also means mulberry). With a smile, I remembered that always at the top of society are those beings so wealthy — with cars, soap opera girlfriends, and trips to Europe in the summer, and Cancun, and Hawaii — those deputies, governors, lawyers, merchants, even drug traffickers. And it is from that ambition that we have desperately lost the acquired morality. But I feel acutely that in our country, morality was instilled in us, although in the course of this learning we also learned that morality is a matter of society, of having someone to reaffirm that morality, and of keeping immoral acts in the drawer as a way to navigate the system feeding success and ego. Thus, the human being who in society, in his daily work, presents himself as that moral, civic being, of struggle and with a great charity in the heart, who believes unthinkable his capacity to commit any act contrary to the principles he professes, covers himself perfectly with an immune defense against the accusation and the thought of his own latent humanity. 

The tree of sweet and juicy mulberries from which the corrupt feed is the same one that our people plant, that we water with our half-full glass — the same bush that we only see grow to become the fruit owned by those who know how to stretch out their hand. 

The corruptible 

Despite the distance, the cultures, or the means, the act of corrupting oneself is, without a doubt, one of the least surprising acts of all humanity. The factors are basic: one must primarily have a low intellectual coefficient, a spiritual vacuum, and an ambition composed of the want of power and money. 

The corruptible is a small being, and I do not mean in stature. The small being includes a certain deficiency that was not acquired with cognitive growth in the process of maturity, either due to lack of experiences and empathy, or closeness with a being that provided enough light to feel big. This diminutive being exists within the darkness of a life full of insecurities, and is capable of recognizing and dragging down those who resemble him. That is why, in acts of corruption, the corruptible requires other corrupt individuals to complement his tiny presence, whether seeking positions of power and renown such as the presidency of an institution, or the representation of a minority or people in need. This is how his creative process begins. 

This creative being, corrupt but creative, lacks a special energy that is provided to him in true kindness. The energy I speak of is one that the spirit manages to captivate with deliberate good actions, helping without wanting anything in return, contributing ideas anonymously, encouraging others to break free from their states of complicity, etc. There are many actions that grant closeness with this synergy that, unlike power, do not require recognition. Whoever seeks power and finds it constantly resorts to being present in the eyes of whoever manages to recognize him. It is therefore that the corrupt is not only diminutive but totally invisible to himself, causing in him a total void, which he perceives physically and spiritually. These beings often suffer from heart, ear, tongue, soul, brain diseases. The greatest example of these symptoms can be seen in people who, acquiring a position of power, become blind — blind to what surrounds them — and hooked on a single obsession, they end up with a spill of ideas that escape them until they vanish. The corrupt person manages to survive despite the symptoms, but their understanding capacity is very limited. 

The corruptible takes their first triumph when they manage to evade morality, justice, and the punishment of conscience. For them, conscience is useless, as if it were just any appendix. The reward for this service to the contribution of history, of their own history, generates the contribution, either with money, with increasingly public positions of recognition, or accounts where the diversion of resources is easily permitted. 

The louse thinks that everyone shares its condition. 

The system has lice, those elusive beings that suck blood, those lice that escape between hair strands and jump long distances from one place to another to continue their act of malevolence. The corrupt jumps from person to person in the same way: taking a little, getting what is necessary, cunningly moderating their behavior depending on their purpose; they hide, smile, play, pounce, and leave. And so, between burning bridges, the louse breaks with all possibility of acting to change its course. 

But how utopian of me to think that a being already adapted to its system could transmute. Indeed, it is even foolish of me to think of change in something that has lived like this for over 35 years. Now that we have analyzed a little about these incomplete beings, I must say that in our community there are more than a dozen such — empty, trying to fill themselves with money, power, and recognition. These are walking black holes, which have nothing to them but shadows, and sadly we only have to wait for their death to release them from the weight of those millionaire accounts of dirty and ill-gotten money, or from their masked power which forces them to get up in the mornings and paint their faces to hide who they are, perfuming their misery in their calculated, precise daily life, always on the defensive, fearing being discovered, some having gone years without knowing true sleep. 

I will teach you

A. woke up that day excited, thinking that he was finally fulfilling one of his most desired goals: to help more people like him to build a safer place. But what happens when the job you were given, the one you thought had a soul, turns out to be only an illusion, and lack of experience has played the trick of making you believe that it would change your life? The louse thinks that everyone shares its condition, and this louse thought that he could bribe, as if we were in Mexico, to get away with it. 

How sad to know that the years do not much change a person if he continues to mutilate his conscience, enjoying the mulberries of the one who already worked the land, believing that his infection is contagious, trying to give away — I don’t know… a thousand, three thousand, six thousand dollars — to someone so that he gets sick just like him from that emptiness, and feels small like him, and becomes addicted to corruption, and contributes to his cause, and joins the reward of having just to have, and giving to take away, becoming invisible to himself and fearing sleep and letting go of everything he believed to adapt to the system in which he lives. Because the corrupt can live a whole life, but the truth of what he tries to hide always comes to light sooner or later. There is always light at the end of every tunnel. 

In summary, if you remember, Aristotle maintains that moral virtue is a mean between two extremes, one of excess and the other of deficiency. Courage is the mean between cowardice and rashness. 

Applied to our current reality in our community, I maintain that moral virtue is a mean between two extremes: on one extreme, the corrupt who has developed his ability to accumulate and obtain power, presenting a kind of authority that can instill fear in those who are unaware of the nature of that power; and on the other side, the recipient, who in unfamiliar territory, must decide to either be part of the putrefied foundations of a simple system or to build his own story, slowly but steadily.


Ulises Navarro es el director de operaciones de Alcon Media, LLC, donde combina su pasión por las operaciones de los medios con su dedicación a la justicia social, el folklore y el periodismo independiente. También es el presidente de klaindastino kors. Originario de Guadalajara, México, es un filósofo y escritor autodidacta que emigró a los Estados Unidos a la edad de 21 años, trabajando inicialmente como agricultor en los campos de Washington y Oregón. Fue allí donde nació su deseo de lucha social por los derechos de los migrantes. Ulises recibió el premio BFT del Salón de la Fama del Transporte Público por su informe “Sobre la inclusión en el transporte público”. Ahora trabaja en muchos proyectos informativos y educativos, incluido El Centro de la Dignidad.


Ulises Navarro is the Chief Operating Officer of Alcon Media, LLC, where he combines his passion for media operations with his dedication to social justice, folklore, and independent journalism. He is also the president of klaindastino kors. Originally from Guadalajara, Mexico, he is a self-taught philosopher and writer who migrated to the United States at the age of 21, working initially as a farmer in the fields of Washington and Oregon. It was there where his desire for social struggle for the rights of migrants was born. Ulysses received the BFT Public Transportation Hall of Fame Award for his reporting “On Inclusion in Public Transportation”. He now works on many informational and educational projects, including El Centro de la Dignidad.