Ensayo a Descartes

A pesar de ser sólo un par de años los que llevo viviendo aquí, he observado como las comunidades se dividen.

Esta separación o desacuerdo entre las minorías se ha ido marcando más en los últimos meses. Es como si el trabajo de tantos hombres y mujeres, que han luchado en contra de la desigualdad y la segregación racial, haya sido olvidada en algún rincón.

Se han reducido las bases características que nos daban fortaleza; como la sabiduría, el concepto de la familia, la importancia en el esfuerzo de cada individuo, así como también el orgullo por nuestras raíces, nuestro pasado, y nuestras creencias.

A lo largo de mi etapa como trabajador agrícola logre entender lo que muchos llegan a experimentar el emigrar a un país desconocido.

El trabajo físico excesivo, días agotadores y noches tan cortas, que pareciera no existir.

En esta ocasión al momento de escribir, no pienso nombrar y enaltecer el gran trabajo, y la importancia económica que tiene nuestra comunidad en el país. Claro tampoco quiero arrebatarle ningún mérito, pero si me quiero dedicar a señalar lo que creo yo, es una de las nuevas doctrinas que la sociedad ha impuesto en las etnias latinas.

En mis tiempos de estudiante en un colegio afiliado a la Universidad de Guadalajara, una de mis profesoras de política y sociología, Alejandra Ornelas nos impartía en sus clases un tipo de radicalismo ordinario que nos hacía adquirir un sentimiento de conciencia propia. Para esos años nos dimos cuenta, de la pobre y desinteresada educación que se nos ofrecía al decadente pueblo, por parte de su gobierno. Una estrategia que logró que un partido, una sola forma de gobierno fuera casi perpetuo durante 70 años; se podría decir en estos días que fue una dictadura white collar: la idea de tener un pueblo ignorante, fácil de manipular, apoyado por los medios de comunicación y el sistema educativo.

Esa misma estrategia me viene a la mente en estos nuevos días, cuando observó la infinidad de escenarios que mi teléfono transmite; es como ver el mundo en la palma de mi mano.

Las escuelas en Estados Unidos son igual de insuficientes que los de cualquier país de tercer mundo; han hecho de su educación un cliché de la cantina del viejo oeste.

Es absurdo saber que se encuentran en el top ten de las mejores universidades, pero el porcentaje de estadounidenses que logran entrar en ellas es más bajo que en otros países del mundo. Al parecer en éste país están ocupados en entrenar ejércitos, que en educar ciudadanos.

El pueblo unido jamás será vencido

Sergio Alvarado creó una canción con esta frase qué es un estandarte histórico a la hora de luchar por la injusticia social. Las tribus antes de ser naciones, formaban un pacto sagrado con la vida, algo, que sólo se sabía una vez al nacer, va unida como parte de nuestra sabiduría a lo largo de ella. Le llamamos familia.

En la África, Asia, y América nacieron éstos conceptos donde la armonía coexistía, mediante el respeto y el aprendizaje que se compartía.

Divide y vencerás

Existen variedad de libros que nos hablan de esta frase, pero veamos nuestra realidad; nos tienen divididos, en desacuerdo por todo, inconformes por cosas absurdas, y sí a ellos se les acaban las opciones, nosotros mismos nos dedicaremos a encontrarlas—el color de piel o de camiseta, Jesús o Will Smith, Donald Trump o Joe Biden. Una tras otra, nosotros creamos la diferencia.

No es Donald Trump culpable de que haya odio entre los latinos en América, es culpa de nosotros mismos por olvidar nuestras enseñanzas y dejar que nos colonicen e influyan en nuestras conciencias nuevamente al estar de este lado. No hablo de todos; me gusta, y me llena de orgullo ver, cómo la cultura latina también ha sabido defenderse con el duro trabajo, su influencia en el arte, creando algo especial que nació de los sueños, de la humildad, y del orgullo a nuestras raíces que florecen en cualquier clima y situación.

Pero sin querer ser interpretado como ortodoxo diré que perdimos los valores. Eso nos tiene humillándonos, insultándonos, incluso alzando un tipo de superioridad nueva, donde los latinos sin poder perder ese clasismo característico, nos hemos vuelto a dividir.

La América de los grandes pensadores, y mentes brillantes, que fueron fundamentales para el desarrollo social, económico, y tecnológico, ha decaído gracias a la falta de oportunidades y a la tonta idea, de la división racial. No culpo de todo a nuestra comunidad; hay una infinidad de talentos aún sin explorar entre nosotros—artistas, pensadores, inventores que tal vez no hayan descubierto aún el gran poder con el que nacieron.

Pero al estar más concentrados en encajar perfectamente en los estándares confortables, que un hispano debe tomar, para no ser pisoteado más de la cuenta, es común ver el ego acrecentado y ese clasismo se presenta como síntoma de un malestar social. La superioridad por el éxito obtenido separa a la comunidad, pero si lográramos apreciar mejor a los nuestros, en lugar de sentir vergüenza, si lográramos ser más objetivos y alzáramos las virtudes y talentos de quienes creemos que no valen la pena o que son mediocres porque no se esfuerzan más, lograríamos crear una atmósfera positiva, para quienes aún viven con el temor de mostrar su color de piel al mundo.

Pero como una vez mi mejor amigo me dijo: <<En la mezcla de las razas todos somos una sola familia.>> La gente buena siempre abre puertas; no importa si eres testigo de eso que has ofrecido.

Todos llevamos algo que nos une como especie, no importa quien gane, ni quién nos gobierna. No importa absolutamente nada; lo único que debería importarnos es estar unidos, agradecidos de que aún seguimos sobreviviendo, de que aún seguimos con vida. Todos somos una familia, porque todos venimos de donde mismo. Nunca hay que olvidar eso.


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