Entropía. / Entropy.

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A veces somos víctimas de la entropía, de este movimiento de apariencia azarosa que no es más que una infinita lista de probabilidades que carecen de un factor que nos identifica como humanos: la voluntad. Entendida comúnmente como “desorden” o caos, la entropía nos muestra un mundo estadístico en el que hay apenas una pequeña probabilidad de que el orden (que no es otra cosa que nuestros designios) tomen forma como una realidad palpable. 

La física ha estudiado el comportamiento termodinámico de la materia como el resultado de la suma de movimientos individuales de pequeñas partículas que luego de estar condensadas se van dispersando. Es mucho más evidente notarlo ahora que estamos en temporada de huracanes, la fecha en la que la protagonista es la sabia naturaleza que nos demuestra su fuerza y causa desastres, muertes, derrumba cerros que se llevan casas, erupciones volcanes y en el menor de los casos nos hace sentir una alerta constante, pero desde una visión más amable nos trae agua, lluvias que revitalizan los árboles y aplacan el calor. Pero sabemos que es probable que esto ocurra, es tan probable que tenemos tecnología para prevenir aunque no la suficiente, sin embargo la hemos ido mejorando conforme la experiencia nos demuestra lo vulnerables que somos ante ella, con la ya característica rebeldía humana ante ser víctimas de la probabilidad. 

Esta caprichosa protagonista se muestra de cuando en cuando y se pone jactanciosa. Vemos en la historia civilizaciones perecer ante la explosión de un volcán como cuando hizo erupción el volcán Xitle en el sur de la Ciudad de México, que dejó a los Cuicuilcas desposeídos y casi extintos o el Vesubio llevándose Pompeya y dejando la evidencia sumergida en lava. También está ese gran diluvio del que mucho se ha hablado tanto en las tablillas sumerias como en las religiones Abrahámicas, que según se cuenta duró tanto que la inundación resultante se llevó gran parte de la fauna y flora además de la civilización. Es así como nos enfrentamos a este factor constante de caos, que va esparciendo y dispersando una infinita lista de posibilidades ajenas a nuestra voluntad por lo que nos encontramos ante una constante lucha entre la dispersión que esta ofrece y el órden que estamos determinados a establecer. Es así como vamos sorteado un obstáculo tras otro para que, cómo la vida misma lo ha demostrado a través de los milenios, volvamos a surgir una vez tras otra a través del tiempo, imponiendo el orden que mejor nos apetece pero, habiendo aprendido de lo vivido, nunca lo hacemos igual, sino que cada civilización venidera es más resistente aún, nos hemos vuelto un hueso duro de roer para el caos. 

Mirando más hacia mi, hacia lo que he aprendido, hacía las veces que he experimentado destrucción que cae sobre mis asuntos, ardiente, como la lava basáltica, me miró como un ejemplar más de la humanidad, siguiendo el mismo principio así que cuando al fin pasa el cataclismo, espero la señal de olivo de la paloma que le dijo a Noe que los peor había pasado y siento sobre mi piel los rayos del sol naciente que la entibia al fin. Conforme la calma me permite ejercitar mi voluntad está beciendola como orden, me encuentro en la necesidad primaria de asignar de nuevo funciones y valores a mis asuntos y a las personas cercanas, a los pendientes y a los sentimientos que quizá necesitan una re etiquetación así que miro hacia mis adentros y comenzó etiquetando : “viejo” “experiencia aprendida” “cosas a evitar” “deseable” hago entonces un inventario de lo que me quedó después del cataclismo y lo que adquiri en medio de este, que van desde nuevas virtudes, fuerzas y capacidades hasta repudios o gustos que quedaron atrás. 

Una vez que siento que cada cosa está en su lugar, me vuelvo osada intentando predecir un futuro inmediato con el fin de saber qué tan probable es que pueda realizar algunos deseos, objetivos, o requisitos para alguno de mis anhelos. Luego hago un plan. Me gustan más los planes estratégicos, pues los técnicos juegan en contra de la probabilidad, así que voy jugando contra el tiempo y con las acciones ajenas que en ocasiones se contraponen a las mías, pero que en otras son valiosos cómplices. 

Me preparo para una nueva sacudida, a sabiendas de que si es algo de mediano alcance, me divertiré y lo tomaré como un juego, entonces cuando termino, me siento lista para jugar de nuevo y me divierto escarceando, poniendo a prueba mis capacidades. Es así como ahora, mientras llueve y el viento mueve con fuerza la copa de los árboles que resisten impertérritos, disfruto de esta combinación que puede volverse tan adictiva, la calma y el orden que se generaron ante el indomable ejercicio de mi voluntad y un entorno azaroso que de repente llega a volverse amenazante, si veo que ambos están equilibrados estoy tranquila y es entonces cuando me permito contemplar más allá de mi entorno y disfrutar esta única mezcla de voluntades humanas y la infinita y siempre abundante entropía. 

Así que por momentos me entrego solo a contemplar a los pájaros que dan pequeños saltos en los cables de luz mientras cantan por las mañanas, a los autos que fluyen o se estorban entre sí, el murmullo de la gente en la panadería o el clamor en un concierto de música, gente construyendo un edificio, gente cocinando, gente vendiendo y gente comprando, los perros que se asoman a las taquerías usando sus mejores encantos y un niño con su balón. 

Así, una que otra tarde en las que la calma me lo permite, disfruto el espectáculo que representa contemplar esta lucha de voluntades en competencia constante contra la entropía y escuchó también la cacofonía que canta el mismo estribillo, como una encomienda inalienable que nos dice que es nuestro deber ordenar aquello que usamos, que poseemos, que deseamos, que es nuestro deber disponer del lugar de las cosas para entonces construir y cuando acabemos, seguir construyendo.


English translation:

Sometimes we are victims of entropy, of this seemingly random movement that is nothing more than an infinite list of probabilities lacking a factor that identifies us as human: free will. Commonly understood as ‘disorder’ or chaos, entropy shows us a statistical world where there is only a small probability that order (which is nothing more than our designs) will take shape as a tangible reality. 

Physics has studied the thermodynamic behavior of matter as the result of the sum of individual movements of small particles that, after being condensed, disperse. It is much more evident now that we are in hurricane season, the time when nature, wise and powerful, shows us her strength and causes disasters, deaths, topples hills that carry houses away, erupts volcanoes, and at the very least, keeps us in constant alert. But from a kinder perspective, nature brings us water, rains that revitalize the trees and quell the heat. We know it is probable for this to happen, so probable that we have technology to foresee it, although not enough. However, we have been improving it as experience shows us how vulnerable we are to it, with the characteristic human defiance of being victims of probability. 

This capricious protagonist shows up now and then, boasting. We see civilizations perish in history due to a volcano explosion, like when the Xitle volcano erupted in the south of Mexico City, leaving the Cuicuilcas dispossessed and almost extinct, or Vesuvius burying Pompeii under lava. There’s also the great flood spoken of in Sumerian tablets and Abrahamic religions, said to have lasted so long that the resulting inundation wiped out much of the fauna, flora, and civilization. This is how we face this constant factor of chaos, spreading an infinite list of possibilities beyond our will, leading us to a constant struggle between the dispersion it offers and the order we are determined to establish. This is how we navigate one obstacle after another so that, as life itself has shown over millennia, we rise again and again through time, imposing the order we prefer but, having learned from experience, we never do it the same way. Each coming civilization is more resilient. We have become a tough nut for chaos to crack.

Looking inward, at what I have learned, at the times I have experienced destruction raining down on my affairs, burning, like basaltic lava, I see myself as another specimen of humanity, following the same principle. So when the cataclysm finally passes, I await the olive branch signal from the dove that told Noah the worst was over, and I feel the rays of the rising sun warming my skin at last. As calm allows me to exercise my will, establishing it as order, I find myself in the primary need to reassign functions and values to my affairs and close people, to pending tasks and feelings that might need re-labeling. So I look inward and start labeling: "old," "learned experience," "things to avoid," "desirable." I then make an inventory of what remains after the cataclysm and what I acquired in the midst of it, ranging from new virtues, strengths, and abilities to repulsions or tastes left behind. 

Once I feel that everything is in its place, I become daring, trying to predict an immediate future to see how likely it is to achieve some desires, goals, or requirements for some of my longings. Then I make a plan. I prefer strategic plans, as technical ones play against probability. So I play against time and the actions of others that sometimes oppose mine but are valuable allies at other times. 

I prepare for a new shake up, knowing that if it has medium reach, I will enjoy it and take it as a game. When I finish, I feel ready to play again and enjoy testing my abilities. Thus, now, while it rains and the wind strongly moves the treetops that resist stoically, I enjoy this combination that can become so addictive, the calm and order generated by the indomitable exercise of my will… and a random environment that suddenly becomes threatening. If I see that both are balanced, I am at peace; and it is then that I allow myself to contemplate beyond my surroundings and enjoy this unique blend of human wills and the infinite and ever-abundant entropy.

For moments, I give myself over to just watching the birds taking little hops on the power lines while they sing in the mornings, the cars flowing or blocking each other, the murmur of people in the bakery, the clamor at a music concert, people building a building, people cooking, people selling and people buying, dogs peeking into taco stands using their best charms, and a child with his ball. 

Thus, on some afternoons, when calm allows, I enjoy the spectacle of watching this struggle of wills in constant competition against entropy. And I also listen to the cacophony singing the same refrain, like an inalienable task telling us that it is our duty to order what we use, what we possess, what we desire. It is our duty to arrange the place of things to then build, and when we finish, to keep building.


Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.

Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.


Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.

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