REINSERCIÓN SOCIAL / SOCIAL REINTEGRATION
SOLUCIÓN SIN RESULTADOS DE ESTADO FALLIDO / A FAILED STATE SOLUTION WITHOUT RESULTS
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Está escrito en la normativa que la principal finalidad de la pena privativa de la libertad, es la reinserción en la sociedad, se presume que cuando a una persona se le es sometida a los intramuros, es con el objetivo se mejorarle en sus conductas para adaptarle a lo que se supone son las dinámicas comunes y habituales, dentro de lo legal, para ser un ser productivo y aportante para si mismo, su núcleo familiar y la entera sociedad.
Pero, es discutible esta afirmación sobre las conductas legales, porque lo legal no propiamente es ni lo bueno, ni lo correcto. Recordemos que alguna vez la esclavitud fue legal, más es imposible decir que esto sea de alguna manera correcto.
Con una perspectiva coherente, desde los intramuros, habiendo habitado espacios con categoría de hasta alta y máxima seguridad, puedo afirmar con contundencia que el Estado a fracasado con su estrategia de la presunta reinserción social, un remedio que solo funciona como un calmante, pero no como una cura, es una medicina que oculta al infractor de la norma de la sociedad por algún tiempo, pero que no siembra en los seres la semilla de una sincera solución.
La pena privativa de la libertad sirve solo para saciar la sed de venganza de alguien que se haya creído la historia de ser una víctima, es una estrategia que borra del mapa al presunto delincuente por algún tiempo, pero que dadas las cualidades de los claustros penitenciario latinoamericanos, es posible que los hechos que allí dentro estos experimenten le dé ímpetu a algún resentimiento que jamás debería existir entre los hombres. La pena intramural solo es una estrategia que calma clamor del populismo punitivo impulsado solo por los medios de comunicación que manipulan la mente del poblado promedio.
¿Quién es el culpable del delito? El culpable de delito es la necesidad extrema y miseria absoluta, pero ¿Porqué existen seres en estas difíciles condiciones? Por el abandono del Estado de las zonas. Siendo entonces éste el culpable del delito, obviamente intenta dar una solución que solo resulta superficial, porque en el fondo solo resulta arrojando a los seres que no les son funcionales a estos espacios panóptico y desde mi perspectiva haciendo una analogía ¿A dónde tiramos lo que no nos sirve? Pues a la basura. Por lo tanto de forma muy cruda debo mencionar que el Estado a creado unos espacios que no son más que eso, basureros de humanos, donde tiran a quienes no les son útiles.
En la normativa en papel esta escrito el cómo debería ser un espacio para la reinserción social y se asume que así es, tal vez si, en algunos escenarios que no me ha tocado presenciar y de los que solo he visto como excepcionales situaciones, a algunos internos que participan o logran realizar algo destacado, productivo y verdaderamente funcional.
Exhorto a empezar a cambiar estos espacios desde su nombre, si se supone deberían ser espacios para que los seres humanos se transformen, aprendan, adquieran valores y sean aportantes, el último nombre que debería tener es cárcel. Debemos cambiar primero la forma de percibir los claustros desde la sociedad, motivar a esta que comprenda que ha habido muchas personas a las que no se les ha podido brindar las oportunidades laborales, educativas, de entornos dignos, seguros y libres de lo ocioso y belicosos, personas que necesitan una oportunidad en la vida. Es que la verdad del eslogan de muchos interesados en ayudar a la población cautiva es que desea brindar una segunda oportunidad, este eslogan resulta inconsciente, porque muchas de estas personas, la gran mayoría, no han tenido ni la primera y solo se han visto sometidos a hacer lo que sea necesario para poder sobrevivir, incluso para poder por ar un bocado de comida, yendo en contra de sus más profundos humanos se tires.
Sería bello poder que la sociedad comprendiera que el infractor de la norma necesita una oportunidad, pero también entiendo la tristeza de muchos al padecer algún daño material permanente o incluso la pérdida de un ser querido por nimiedades y es muy difícil separa el dolor que un hecho atroz cause a un ser o toda una familia, pero desde el punto de vista del Estado como observador social, el delito es una enfermedad de la sociedad y esta patología tiene soluciones y existen medicinas para esto, pero como sociedad debemos estar dispuestos a aplicarles con humanidad, porque que mal se siente cuando estamos heridos o enfermos al ser atendidos por enfermeras y médicos deshumanizados, como insensibles que nos tratan sin vocación como si fuéramos poco más que un bulto de carne.
English transltion:
It is written in law that the primary purpose of custodial sentences is social reintegration. The presumption is that when a person is confined within prison walls, the goal is to improve their behavior and prepare them for what are assumed to be the common and lawful dynamics of society, allowing them to become productive and contributing individuals for themselves, their family unit, and society as a whole.
However, this assertion about lawful conduct is debatable, as legality does not necessarily equate to what is good or correct. Let us remember that slavery was once legal, yet it is impossible to argue that it was ever morally right.
From a coherent perspective, and having inhabited spaces categorized as high and maximum security, I can assert unequivocally that the state has failed with its so-called strategy of social reintegration. This alleged remedy functions merely as a palliative, not as a cure. It is a medicine that hides the offender from society for a while but does not sow the seed of a sincere solution in individuals.
Custodial sentences serve only to quench the thirst for revenge of those who see themselves as victims. It is a strategy that removes the alleged offender from the map for some time. Yet, given the conditions of Latin American penitentiaries, the experiences lived within these walls often fuel resentments that should never exist among human beings. Imprisonment is merely a tactic to appease the clamor of punitive populism driven by media manipulation of the average person’s mind.
Who is responsible for crime? The root cause is extreme need and absolute misery. But why are people in such dire conditions? It is due to the state’s abandonment of certain regions. Thus, the state, as the true perpetrator of crime, offers only superficial solutions. At its core, the state simply discards individuals who are not functional to society into panoptic spaces. To draw an analogy: Where do we throw what we no longer need? Into the trash. Therefore, in harsh terms, I must say that the state has created spaces that are nothing more than human dumping grounds, where those deemed unfit are discarded.
The written regulations outline how a space for social reintegration should be and assume it functions as such. Perhaps it does, in exceptional scenarios I have not witnessed. There are cases of inmates participating in or achieving something noteworthy, productive, and truly functional, but these are exceptions.
I urge the transformation of these spaces, starting with their name. If they are meant to be spaces where human beings transform, learn, acquire values, and become contributors, the last thing they should be called is ‘prisons’. We must change the way society perceives these institutions. Society must understand that many people have never been offered opportunities — be they employment, education, or dignified and safe environments free of idleness and violence. These are people who need a chance in life.
The truth behind the slogan used by many advocates of helping the incarcerated population — offering ‘a second chance’ — is inherently flawed. Many of these individuals, the vast majority, have never even had a first chance. They have only been forced to do whatever it takes to survive, even if it means securing a single meal, often at the expense of their own deepest human instincts.
It would be beautiful if society could understand that lawbreakers need opportunities. However, I also understand the grief of those who suffer permanent harm or even the loss of a loved one due to trivial conflicts. It is very difficult to separate the pain caused by a heinous act from the humanity of the offender.
Yet, from the state’s perspective as a social observer, crime is a societal illness. This pathology has solutions, and there are remedies for it. But as a society, we must be willing to apply them with humanity. How awful it feels to be wounded or sick and treated by nurses and doctors who are dehumanized, and indifferent, and treat us as little more than a lump of flesh. Similarly, we must approach the treatment of societal illnesses with compassion and dignity.
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Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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