La muñeca triste / The sad doll
This article is bilingual! Scroll down for English translation.
Esta era una muñeca que, cuando salió de la línea de producción, fue olvidada por un descuido en un rincón. Mientras que sus hermanas fueron rápidamente llevadas a las tiendas y, desde allí, escogidas para tener un hogar, ella quedó atrás. Pasaron muchas luces y sombras, lo que en términos humanos se llaman días, y la muñeca permaneció sin ser vista, rezagada en su existencia, escuchando rumores de lo mucho que sus hermanas habían gustado y hecho felices a las niñas. Su rostro se fue maquillando de polvo (el polvo que es el tiempo desgastado de los objetos) y sus vestidos fueron roídos por ratones y polillas. Supo del mundo exterior por las conversaciones de los empleados de la fábrica, que a veces se contaban entre sí sus encuentros y desencuentros. La muñeca, siempre en un rincón, en la sombra, conservaba vagos recuerdos de su nacimiento en el área de ensamblaje, de la luz y los colores cuando le pusieron los ojos de mirada profunda, y de pequeñas partículas como mundos flotando en el aire de la mañana. Pero luego su mundo era un rumor de voces tejido en la sucesión de los días. Oyó palabras como “familia” y creyó que sus hermanas tenían una familia, mientras que ella, por un descuido, se había vuelto invisible y no había podido ser escogida.
Un día, escuchó a una joven hablar de las estrellas y decir que todos estamos hechos de polvo de estrellas, y una mujer mayor le contestó que el cielo es para las almas, que el alma es la esencia que no muere y no se destruye de cada uno.
Sintió nostalgia por no llevar una vida como la de todas sus hermanas, por no tener una niña que hablara solo con ella y la llevara a diferentes lugares. Pero aún desde un rincón olvidado, los murmullos le fueron dando imágenes del otro mundo, más allá de la sombra, y también una pequeña cartografía del corazón humano.
El corazón humano está lleno de frágiles esperanzas y alegrías, con grandes y perdurables glaciaciones de tristeza.
Pero todo pasa. Y la prosperidad de la fábrica llegó a su fin con la llegada de nuevas modas en juguetes, de modo que cerró, y la muñeca perdió su conexión con el mundo humano, más allá de la sombra. Aunque de vez en cuando, un pájaro le regalaba su canto y algún viento le traía el aroma de flores silvestres, sentía que le faltaba la palabra de los humanos, porque el mundo sin palabras lo sentía un poco desnudo y frío.
Sentía nostalgia por los lugares donde no había estado y por la vida de confidencias y juegos que no había realizado con una niña.
Sentía que algo muy profundo le faltaba. No era fácil saber qué le faltaba, aunque algo tenía que ver con lo antes dicho.
Los pájaros vuelan y cantan, las polillas vuelan y se enamoran de las farolas, las personas se juntan y conviven para sobrellevar su vida o, a veces, para hacerla más pesada, pero incluso eso las llena porque les da algo de qué hablar. Los árboles lanzan sus hijos al viento para que conquisten nuevas tierras.
Cada quien va haciendo lo suyo y, en ese hacer, se va encontrando a sí mismo, aunque a ratos se pueda o necesite perderse.
Tal vez lo que le hacía falta en lo más hondo era, por ponerlo en palabras, encontrar su lugar.
No porque dos cuerpos no puedan ocupar un mismo lugar, sino porque cada cuerpo encuentra su lugar único en su sentido, un sentido que no tiene que ser muy complejo, que puede ser tan simple como, metafóricamente, no dejar que alguien baile solo. No porque esté mal bailar solo, sino porque al bailar más de uno, van a explotar múltiples posibilidades de novedosas coreografías que requieren y permiten sincronías, compases, disonancias, equilibrios y sostenimientos.
Por el abandono de la fábrica y la falta de mantenimiento, los techos de lámina comenzaron a filtrar agua en días de lluvia. La lluvia perforó las láminas y una de sus múltiples goteras cayó sobre un viejo molde de yeso de la cabeza de un caballo con el que hacía mucho tiempo se hacían juguetes. Cuando pasaron las lluvias húmedas para la muñeca, llegaron nuevas lluvias, lluvias que le eran menos melancólicas; el sol entrando por las perforaciones, lluvias de luz las llamaba, y le gustaba cómo desgarraban las sombras durante parte del día.
Pasaron muchos días del ciclo de lluvias de luz, y volvieron las lluvias húmedas. El agua continuó su incansable golpeteo sobre la cabeza de yeso del caballo, agrietándolo poco a poco hasta que pedazos se desprendieron y, en la humedad, se desmoronaron. Terminadas las lluvias, parte del yeso era polvo otra vez; el polvo era el modo de desdibujarse de una cosa, pero había sido su materia original también. La muñeca pensó que algún día podría formarse una gotera sobre su cabeza de porcelana y convertirla en polvo también. No sería algo tan malo, porque algún día podría llegar un viento que la devolviera a alguna estrella, y eso sería lo más parecido a encontrar su lugar al fin.
La fábrica estaba cada vez más polvosa, como si más cosas fueran retornando a su origen. Y la muñeca esperaba y anhelaba ese retorno también.
Terminó el ciclo de lluvias húmedas, pero vinieron días fríos. Quizá en el siguiente ciclo de lluvias húmedas tendría más suerte.
Una noche fría, con el viento aullando entre las ramas de los árboles, la muñeca volvió a tener visitas.
Eran una madre y su hija, peregrinas. Buscando refugio de la noche y del frío, entraron por una puerta de emergencia no asegurada y exploraron el espacio con una vela. Buscando algo para calentarse, movieron un mueble de madera que había ocultado a la muñeca en un rincón, con la idea de hacerse una fogata con partes de su madera.
Entonces, la muñeca fue descubierta por la niña emocionada, pues por esta noche tendrían un techo, un poco de calor con una fogata y una nueva compañera. La niña sacudió la muñeca para limpiarla del polvo, y como no fue suficiente, sopló sobre ella.
Mientras su madre, con la ayuda de un ladrillo desprendido, desbarataba el mueble. Con un poco de pasto seco, iniciaron el fuego. La madre abrazó a la niña, la niña abrazó a la muñeca y así esperaron al sueño.
Terminó la noche y se consumió el fuego. Así, la muñeca encontró otro modo en que las cosas se vuelven polvo; la ceniza era un polvo negro, demostración de que estamos hechos de polvo estelar. El fuego, otro modo de volver a un lugar.
Pero esa noche terminaba el eclipse de sombra; abandonaba la invisibilidad, y dos que no habían tenido casi nada se tenían ahora.
La niña era muda, pero se comunicaba con gestos y ademanes. Pidió a su madre hacer un nuevo vestido para la muñeca y su madre respondió que lo harían juntas cuando encontraran algo de tela.
Cuando la muñeca escuchó que le harían un nuevo vestido, sintió que también le desempolvaban el alma y supo entonces que tenía un alma.
El lugar de la belleza, la mayoría de las veces, está en los ojos.
Hay vidas que trazan sus órbitas en círculos cerrados, hay otras vidas cuya elipse es tan amplia que no llega a cerrarse y cruza a través de muchos círculos. Quienes viven en círculos cerrados es porque usan fórmulas para amar y para soñar, y así sentirse más seguros. Las órbitas más largas pasan por más peligros, pero también por más experiencias y ponen su amor en crear formas.
La muñeca encontró ahora su lugar, antes de ser polvo, en una de esas órbitas muy amplias. La niña y la muñeca, en sus silencios, inventaban y adivinaban sus sueños.
Con una buena compañía, el trayecto puede parecer tan buen lugar como un lugar fijo. No estar perdido es no darse cuenta de que se está perdido. Y en su nuevo lugar errante, la muñeca vio junto a la niña muchos rincones ignorados por el común de los ojos. Pero descubrieron que muchos de esos rincones albergan su belleza, florecen al dar refugio a alguna planta. En su largo camino fueron descubriendo el mundo y descubriéndose a sí mismas, cuidando su llama. Ellas, tan silenciosas, eran sensibles a los más suaves susurros de la belleza.
Unos brazos pueden ser un buen hogar y el paraíso está lleno de rincones olvidados que fueron salvados por una mirada.
English translation:
This was a doll that, when it came off the production line, was forgotten by mistake in a corner. While her sisters were quickly taken to stores and, from there, chosen to have a home, she was left behind. Many lights and shadows passed by, what in human terms are called days, and the doll remained unseen, left behind in her existence, hearing rumors of how much her sisters were loved and how happy they made little girls. Her face became covered in dust (the dust that is the worn-out time of objects), and her dresses were gnawed by mice and moths. She learned about the outside world from the conversations of the factory workers, who sometimes shared their encounters and misadventures. The doll, always in a corner, in the shadows, had vague memories of her birth in the assembly area, of the light and colors when they gave her deep-looking eyes, and of tiny particles like worlds floating in the morning air. But then her world was just a murmur of voices woven into the succession of days. She heard words like “family” and believed that her sisters had families, while she, by mistake, had become invisible and had not been chosen.
One day, she heard a young woman talk about the stars and say that we are all made of stardust, and an older woman replied that the sky is for souls, that the soul is the essence that does not die and cannot be destroyed.
She felt nostalgia for not living a life like all her sisters, for not having a little girl who spoke only to her and took her to different places. But even from a forgotten corner, the murmurs gave her images of the other world beyond the shadows, and also a small cartography of the human heart.
The human heart is full of fragile hopes and joys, with great and enduring glaciers of sadness.
But everything passes. And the prosperity of the factory came to an end with the arrival of new toy fashions, so it closed, and the doll lost her connection with the human world beyond the shadows. Although from time to time, a bird would gift her its song, and a breeze would bring the scent of wildflowers, she felt that she missed the words of humans because the world without words felt a bit bare and cold.
She felt nostalgia for the places she had not been and for the life of confidences and games that she had not shared with a little girl.
She felt that something very deep was missing. It wasn’t easy to know what was missing, though it had something to do with what was said before.
Birds fly and sing, moths fly and fall in love with streetlights, people gather and coexist to get through life or sometimes to make it heavier; but even that fills them because it gives them something to talk about. Trees send their children to the wind to conquer new lands.
Everyone goes about their business, and in doing so, they find themselves; though at times, they may need to lose themselves.
Perhaps what she was missing deep down, to put it into words, was finding her place.
Not because two bodies cannot occupy the same place, but because each body finds its unique place in its purpose. A purpose does not have to be very complex; it can be as simple as, metaphorically speaking, not letting someone dance alone. Not because dancing alone is wrong, but because when more than one person dances, countless possibilities of novel choreographies arise, requiring (and allowing for) synchronicities, rhythms, dissonances, balances, and supports.
Due to the factory’s abandonment and lack of maintenance, the tin roofs began to leak on rainy days. The rain perforated the tin, and one of its many leaks fell on an old plaster mold of a horse’s head, which long ago was used to make toys. When the wet rains passed, new rains came for the doll, rains that were less melancholic. The sun now entered through the perforations — ‘rains of light’ she called them — and she liked how they tore through the shadows during part of the day.
Many days passed in the cycle of light rains, and the wet rains returned. The water continued its relentless tapping on the plaster horse’s head, slowly cracking it until pieces broke off, and in the humidity, they crumbled. When the rains ended, part of the plaster became dust once again. Dust was the way a thing faded, but it had also been its original material. The doll thought that one day, a leak could form over her porcelain head and turn it into dust, as well. It wouldn’t be so bad because someday, a wind might come and return her to the stars, and that would be the closest thing to finally finding her place.
The factory was becoming more and more dusty, as if more things were returning to their origin. And the doll waited, and longed for that return, as well.
The wet rain cycle ended, but then cold days came. Maybe in the next cycle of wet rains, she would have better luck.
One cold night, with the wind howling through the tree branches, the doll had visitors again.
They were a mother and her daughter. Pilgrims. Seeking refuge from the night and the cold, they entered through an unsecured emergency door and explored the space with a candle. Looking for something to warm themselves, they moved a wooden piece of furniture that had hidden the doll in a corner, with the idea of making a fire from its wood.
Then, the doll was discovered by the little girl, who was so excited, for that night they would have a roof, a little warmth from the fire, and a new companion. The girl shook the doll to clean off the dust, and since that wasn’t enough, she blew on it.
Meanwhile, her mother, with the help of a loose brick, broke up the furniture. With a bit of dry grass, they started the fire. The mother hugged the girl and the girl hugged the doll; and so, like that, they waited for sleep.
The night ended, and the fire burned out. Thus, the doll found another way that things turn to dust; the ashes were black dust, a reminder that we are made of stardust. Fire, another way of returning to one’s place.
But that night ended the doll’s eclipse of shadows; she abandoned invisibility, and two who had had almost nothing now had each other.
The girl was mute, but she communicated with gestures and expressions. She asked her mother to make a new dress for the doll, and her mother replied that they would do it together when they found some fabric. When the doll heard that they would make her a new dress, she felt that they were also dusting off her soul, and she then knew that she had a soul. Beauty is most often in the eyes.
Some lives trace their orbits in closed circles, while other lives have ellipses so wide they never close and cross through many circles. Those who live in closed circles do so because they use formulas to love and to dream, to feel more secure. The longer orbits pass through more dangers but also more experiences, and they place their love in creating forms.
The doll now found her place, before becoming dust, in one of those very wide orbits. The girl and the doll, in their silences, invented and guessed each other’s dreams.
With good company, the journey can feel like as good a place as a fixed location. Not being lost is not realizing that you are lost. And in her new wandering place, the doll saw many corners with the girl, ignored by the common eye. But they discovered that many of those corners held their own beauty, blossoming when they sheltered a plant. On their long journey, they discovered the world and discovered themselves, tending to their flame. So silent, they were sensitive to the softest whispers of beauty.
Arms can be a good home, and paradise is full of forgotten corners saved by a gaze.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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