Carta al despecho / Regarding spite
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Querida alma despechada, sé que recientemente has perdido el amor. Comprendo ese sentimiento de que el futuro prometido ahora es inexistente. Yo misma he tenido el corazón roto; lo rompí por mí misma cuando me di cuenta de que primero estaba lo que puedo describir como mi misión en la vida. Para mi fortuna, resulta que el paso del tiempo va marginando los malos recuerdos cuando sabes que estás haciendo algo que puedes compartir con el resto del mundo.
Admiro los amores que se dan cuando encuentras a alguien cuya vida y la tuya comparten propósitos, de modo que se vuelven un equipo, como Alejandro Magno y Hefestión, el conquistador y su general y amante, que ampliaron el imperio romano tomando una ciudad tras otra. Seguramente pasaban el día haciendo estrategias y conquistando, trabajando mano a mano, y por las noches, acurrucados y tiernos o enardecidos de pasión.
Pero hay otra forma, sórdida y egoísta, de amar: la búsqueda desesperada de quien llene tu vacío. Buscas su melosa presencia, te deshaces en atenciones, lo das todo, te entregas y vas olvidando aquello que un día tenía un significado férreo en tu vida. Lo das todo porque no tienes una misión propia; lo das todo apasionadamente, pretendiendo que cada respiro se dedique a él.
Para poner también aquí un ejemplo histórico, mucho menos agraciado por la gloria de Alejandro y mucho más reciente, vemos la historia de Rebeca Méndez Jiménez, mejor conocida como la Loca del Muelle de San Blas, una mujer que se entregó a una ilusión tras un corto romance. Sin querer emitir un juicio, sino sólo ejemplificar, me pregunto qué hubiera pasado si aquel hombre hubiera regresado. Quizá sería una historia corta de amor, que terminaría como tantas otras en una amarga ruptura. Pero una pregunta mucho más inquietante es: ¿Rebeca hubiera sido más feliz si, en vez de esperar el amor, hubiera vivido con un propósito propio?
Es bellísimo pensar en su romántica historia, pero considero que vivirla debió haber sido amargo. La ansiedad de una espera que no termina, ver pasar el tiempo y negarse a experimentar las otras mieles que ofrece la existencia, llorar la ausencia, padecer la necesidad de amar, la incertidumbre de saber si algún día serás correspondida. Qué vida tan dura; no se la deseo a nadie, por más bella que suene la leyenda urbana. Quizá todo este dolor se hubiera evitado si ella hubiera tenido algo mejor que hacer.
Tener algo que hacer, que pueda imprimirse en más vidas que en la propia, resulta ser una panacea que cura hasta el más profundo de los desamores. Ser necesario es una cualidad, un privilegio, una fortuna, pero también una responsabilidad.
Vacía está la vida de quien pretende llenar su acervo propio de recuerdos positivos con presencias ajenas.
Si estabas dedicada a él, lo seguirás estando, solo que de forma enfermiza, quedando entonces anclada al pasado, pues no parece haber un futuro sin su presencia, y entonces la cordura empieza a tambalearse. Le llamas, le atosigas, buscas formas de entablar una conversación de cualquier tipo, pues un poco de él es mejor que nada, aunque sea escucharlo proferir insultos.
Si es tu caso, responde esta pregunta: ¿Qué te has prometido tú a ti misma? ¿Tu vida puede tener sentido por sí sola?
He deseado la muerte para que el dolor que siento desaparezca. El desengaño de saber que algo se terminó duele, tanto y de una forma tan cruel y prolongada, que nos sumerge en una desesperación que normalmente nos lleva a perder los estribos.
Pero, ¿qué pasa si recuerdas aquello que puedes hacer tú? El permiso de contribuir al bienestar de todos, de enseñar algo nuevo, de construir, de concebir algo en el seno del genio humano y luego darle forma y llevarlo a la existencia, con todo el trabajo que eso supone. Es un trabajo inmenso, no se descansa nunca, requiere toda la concentración, todo el intelecto y la buena disposición de quien se atreve a intentarlo.
Quiero decir, participar de verdad en tu entorno es una ardua labor, no como un espectador, tampoco con el papel de víctima, no como el ser humano que vuelve las cosas difíciles y que le resulta odioso a tanta gente, sino como alguien que puede participar.
Es verdad que en algunos de los corazones rotos existe un pensamiento constante, que rebota de un lado a otro en nuestras cabezas. Este pensamiento te dice que la otra persona es, cuanto menos, una mala persona, que tú lo hacías todo bien, que él lo hacía todo mal, que si le llamas y le explicas por qué es una mala persona y logras que lo acepte, quizá sientas un poco de alivio.
Pero esa voz no es la tuya. Este pensamiento es el ego herido, farfullando, dando alaridos, pues pretende que insultando y menospreciando a otras personas estarás mejor, pero miente.
La forma correcta de hacer que el ego sane y crezca es trabajar, ser recalcitrante en lo propio, olvidar lo que no vaya en dirección de lo que viniste a hacer aquí, a la tierra de los vivos.
Eso es lo que te mantiene respirando, aun en los pasajes oscuros de la vida. Eso, el propósito que le da a tus pulmones el permiso para respirar, es lo que va a sacarte del colapso.
Si no tienes un propósito grande para jugar este juego, ese será el primer problema que tienes que resolver.
English translation:
Dear broken soul, I know that you have recently lost love. I understand that feeling when the promised future now seems nonexistent. I’ve had my heart broken, too; I broke it myself when I realized that what came first was what I can describe as my mission in life. Fortunately for me, time gradually edges out the bad memories when you know you’re doing something that you can share with the rest of the world.
I admire the kind of love that forms when you find someone whose life and yours share the same purposes, and you become a team, like Alexander the Great and Hephaestion — the conqueror and his general and lover — who expanded the Roman Empire by taking one city after another. Surely, they spent their days strategizing and conquering, working hand-in-hand; and their nights were spent either cuddled tenderly or inflamed with passion.
But there’s another way to love, sordid and selfish — the desperate search for someone to fill your void. You crave their sweet presence, you lavish them with attention, you give it all, you surrender yourself, and you gradually forget those things that once had a strong meaning in your life. You give it all because you don’t have your own mission; you give it all passionately, pretending that every breath is dedicated to them.
To give another historical example, far less graced by the glory of Alexander and much more recent, we see the story of Rebeca Méndez Jiménez (better known as the Crazy Woman of San Blas), a woman who surrendered to an illusion after a brief romance. Without passing judgment, but just as an example, I wonder what would have happened if that man had returned? Perhaps it would have been a short love story, ending like so many others in a bitter breakup. But a much more burning question is: Would Rebeca have been happier if, instead of waiting for love, she had lived with her own purpose?
It’s beautiful to think about her romantic story, but I believe living it must have been bitter. The anxiety of an endless wait, watching time pass by while refusing to experience the other joys that life offers, crying over absence, suffering the need to love, and living with the uncertainty of whether you will ever be loved in return. What a hard life. I wouldn’t wish it on anyone, no matter how beautiful the urban legend may sound. Perhaps all this pain could have been avoided if she had had something better to do.
Having something to do, something that can touch more lives than just your own, turns out to be a panacea that heals even the deepest heartbreak. Being needed is a quality, a privilege, and a fortune, but also a responsibility.
Life is empty for those who try to fill their own store of positive memories with the presence of others.
If you were dedicated wholly to another person, you would continue to be anchored to the past in an unhealthy way, as there wouldn’t seem to be a future without his presence. Then, your sanity would begin to falter. You would call him, badger him, seek ways to engage in any kind of conversation, because a little bit of him would be better than nothing, even if it meant hearing him hurl insults.
If this is your case, answer this question: What have you promised yourself? Can your life have meaning on its own?
I have wished for death so that the pain I feel would disappear. The disillusionment of knowing that something has ended hurts, so much and in such a cruel and prolonged way, that it can plunge us into a despair that causes us to lose our composure.
But what if you remember what you can do by yourself? The permission to contribute to the greater good, to teach something new, to build, to conceive something in the womb of human genius and then shape it and bring it into existence, with all the work that implies — it’s an immense task. You never rest. It requires all your focus, all your intellect, and the goodwill of those who dare to attempt it.
What I mean is, to truly participate in your own environment is an arduous task — not as a spectator, not as a victim, not as the person who makes things difficult and is disliked by so many, but as someone who can contribute.
It’s true that in some cases of heartbreak, there’s a constant thought bouncing back and forth in our heads. This thought tells you that the other person is, at the very least, a bad person; that you did everything right, that they did everything wrong, and that if you call them and explain why they are a bad person and get them to accept it, maybe you’ll feel a little relief.
But that voice isn’t yours. This thought is the wounded ego, muttering, screaming, because it thinks that by insulting and belittling others, you’ll feel better. But it’s lying.
The right way to heal the ego and make it grow is to work, to be stubborn in your own pursuits, to forget what doesn’t align with what you came here to do in the land of the living.
That’s what keeps you breathing, even in the dark passages of life. That, the purpose that gives your lungs permission to breathe, is what will pull you out of the collapse.
If you don’t have a big purpose to fulfill here, that is the first problem you need to solve.
Sara Batalla nació en la ciudad de México en 1989, y sus primeras historias surgieron del insomnio que padecía. Después de estar cerca de la muerte y posteriormente ganar un concurso de novela, decide que quería dedicarse a escribir y vivir de ello.
Sara Batalla was born in Mexico City in 1989, and her first stories arose from the insomnia she suffered. After coming close to death and subsequently winning a novel contest, she decided that she wanted to dedicate herself to writing and make a living from it.
Este artículo es presentado por El Vuelo Informativo, una asociación entre Alcon Media, LLC y Tumbleweird, SPC.
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